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SUBASTA DEL REVÓLVER DE VAN GOGH, REVIVE POLÉMICA.

Oscar Rodríguez Gómez.
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“El arma más famosa de la historia del arte". Así los exquisitos han sobrepuesto un nombre postizo al revólver con el que supuestamente se suicidó Vincent Van Gogh, el cual fue subastado este miércoles en París por 182 mil dólares. Un comprador individual, cuyo nombre no fue revelado, adquirió por teléfono el revólver de bolsillo de 7mm el miércoles por 130.000 euros, más impuestos, según la casa AuctionArt.

 

Una noticia quizá sólo de interés para los degustadores del inclasificable arte del atormentado y conflictivo artista – al menos esa es la imagen en la que se insiste-, de súbito adquiere un plus porque el revólver de marras obliga a repasar y repensar el uso que don Vincent le dio, según la versión histórica oficial, para suicidarse.

 

De acuerdo con AFP, la pistola Lefaucheux, calibre de 7 mm, fue disparada por el propio Van Gogh en su pecho. El 27 de julio de 1890, el maestro holandés habría caminado hasta un campo cercano al albergue “Ravoux” donde se hospedaba en Auvers-sur-Oise, se habría levantado la camisa y disparado una bala en el pecho con el arma del propietario del establecimiento. El revólver se le habría caído de las manos y Van Gogh, herido, habría regresado al albergue, donde murió dos días después.

 

El arma, cuya autenticidad es probable que no sea nunca confirmada formalmente, fue descubierta en 1965 por un agricultor en el mismo campo.

Tras de su hallazgo, el campesino entregó el arma -muy dañada- al propietario del albergue Ravoux. Desde entonces esta había permanecido en la familia, según la casa de ventas AuctionArt. El albergue cambió de manos en los años 1980.

 

El arma fue presentada por primera vez en 2012 con la

aparición del libro “Aurait-on retrouvé l'arme du suicide?” (¿Se

halló el arma del suicidio?). Varios indicios hacen verosímil la

hipótesis de que el autor de obras maestras como “Los

Girasoles” y “La noche estrellada” se habría suicidado con esa

pistola.

Además de ser hallada en el mismo lugar donde el pintor se

disparó en el pecho, el calibre corresponde al descrito por el

doctor Paul Gachet que lo asistió durante su agonía y la

naturaleza de la herida concuerda con la débil potencia del

arma. Finalmente, los estudios científicos indican que el

revólver permaneció enterrado en el suelo durante 75 años, el

tiempo transcurrido hasta su hallazgo.

 

En 2016, el museo que lleva su nombre en Ámsterdam

presentó el arma en el marco de la exposición "En los confines

de la locura, la enfermedad de Vincent Van Gogh". El artista se

había instalado en Auvers-sur-Oise dos meses antes de su suicidio, aconsejado por su hermano Théo, tras haber pasado un año en un asilo para enfermos mentales. En 1888 se había cortado una oreja tras una agria disputa con su amigo y pintor Paul Gauguin y se la había ofrecido a una prostituta. En su etapa en Auvers-sur-Oise, Van Gogh se hallaba en la apoteosis de su carrera, pintando más de una obra diaria, pero a la vez era víctima de grandes crisis psicológicas que se acentuaron poco antes de su muerte.

 

Hasta aquí AFP da por descontado que la relación revólver-Van Gogh fue de suicidio. Sin embargo, la nota al final señala claramente: “Otra teoría sobre el origen del arma, muy controvertida, fue presentada en 2011 por dos investigadores estadunidenses según los cuales Van Gogh no se suicidó, sino que fue víctima de un disparo accidental por parte de dos hermanos adolescentes que jugaban con un arma”.

 

En efecto, en la nota en paralelo de EFE, se afirma que “Un libro de autores galardonados con el Premio Pulitzer cuestiona esa versión de los hechos y concluye que dos adolescentes lo balearon fatalmente”.

 

"Van Gogh: la vida" fue escrita en 2011 por los estadounidenses Steven Naifeh y Gregory White Smith tras una exhaustiva investigación en la que tuvieron acceso a los fondos del museo Van Gogh y a las cartas que el pintor escribía a su familia, nunca antes publicadas. La biografía tiraba por tierra la teoría del prototipo de artista atormentado que acaba quitándose la vida. Según esta, Van Gogh fue víctima de un homicidio imprudente.

 

Una bala disparada por un adolescente conocido del artista habría acabado por error impactando en su pecho. Van Gogh, tratando de salvar al muchacho de la cárcel, dijo haberse disparado queriendo suicidarse. Una teoría que alimenta aún más la leyenda del artista maldito y la del viejo revólver oxidado.

 

Y como el cine es mejor que la vida (Garcia Riera dixit en siglo XX), un realizador desconocido en México, Julian Schnabel, presentó el año pasado en Cannes y fue nominado a Globo de Oro y Oscar este 2019 por “En la puerta de la eternidad” (At Eternity's Gate, Irlanda-Suiza-Reino Unido-Francia-Estados Unidos/2018), en la que con todo el poder de la cinematografía no sólo se adhiere a la hipótesis del disparo hecho por jóvenes, sino que lo muestra con toda la maldad e ignorancia cerril tan propios de las manadas que, temerosas de lo que no entienden, acaban por destruir a la fuente de su auto humillación por su voluntaria ignorancia. Así trataba “la gente” a Vincent Van Gogh.

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Tan pocas veces lo vemos en su plenitud, que cuando Willem Dafoe da rienda suelta a su talento y despliega sus dotes interpretativas en pantalla —infinitamente más merecedoras de haberse premiado con el Óscar que las del baboso Rami Malek en ‘Bohemian Rhapsody’—, despabila a las audiencias. En ‘A las puertas de la eternidad’, Van Gogh por Dafoe logra sobreponerse a los excesos de Schnabel y permite entrever la gran película que trató de hacerse.


Uno de los temas que aborda la película es la intensa relación que mantenía el pintor con la naturaleza. En esos paisajes iluminados por el sol encontraba la libertad que no tenía en medio de la sociedad. El director transmite muy bien esas sensaciones cuando recorre los caminos, atraviesa campos de girasoles marchitos, de trigo o pastizales. Lo observamos desde sus propios ojos, y casi

podemos sentirlo físicamente.

 

La relación que mantiene con los demás es en general conflictiva, tanto como su relación con sí mismo. Cuando la película ofrece perspectivas subjetivas, la zona inferior de la imagen se vuelve borrosa. Eso genera un contraste entre su mundo interior y el exterior. Genial. En el plano sonoro también hay cosas para destacar. Algunos diálogos son dichos en cierta situación y después se repiten en otra, produciendo un eco que refleja la cognición tan especial de Vincent. La música que acompaña a las imágenes (predominio de un piano reiterativo al que las cuerdas medio endulzan), a veces se interrumpe abruptamente, como si la realidad demoliera la contemplación interior del artista.

 

Vincent también mantiene interesantes conversaciones con autoridades religiosas y judiciales. La cámara, en esos momentos, se queda fija en sobre los rostros de los interlocutores. Uno de ellos es un cura (Mads Mikkelsen) que se refiere a la capacidad humana de crear como un don de Dios. El intercambio de ideas es muy significativo: en este punto, es conveniente recordar que el pintor tenía mucha cercanía con lo religioso. Ante cámara el artista cuenta que su padre era Pastor y él intento ser predicador, pero que su espíritu apasionado fue malinterpretado por sus superiores en la iglesia y echado, igual que “la gente” -ese odiado obstáculo que tan infeliz hacia al pintor-, lo echaba de hosterías.

 

 Vincent llega a afirmar en una escena, que la incomprensión violenta que lo rodeaba era porque “quizás estaba pintando para gente que todavía no nace”. Hay que destacar, asimismo, la conversación que mantiene con un policía que le toma declaración. En ambos casos, el artista representa un desafío para las normas de la legalidad cotidiana.

 

Un párrafo aparte merece el vínculo con su hermano menor

Theo (Rupert Friend). Comparten pocas escenas, pero son

conmovedoras. En una, Theo visita a Vincent en una clínica

después de sufrir un ataque psicótico. Los hermanos se

abrazan en la cama, el único refugio posible en medio de la

soledad y el desamparo emocional. En otra, cerca del final,

hablan sobre la posibilidad de vender los cuadros que pinta:

a él ya solo le interesaba la opinión de su hermano Theo. Los

rostros de ambos se superponen durante esa charla, creando

un efecto visual sugerente: Identidades y destinos unidos.

 

Sin embargo, hay una cierta falta de autocontrol de Julian

Schnabel que desvirtúa las cualidades mencionadas a través

del exceso, desperdiciando lo que podría haber sido un viaje

memorable a través del sur francés de finales del XIX y de la

mente de una personalidad excepcional. En lugar de esto, nos encontramos con una narrativa arrítmica y desesperante que dilapida el conjunto, marcada por unas interminables secuencias de montaje acompañadas de una banda sonora que reincide incansable sobre las mismas notas de piano.

 

Entre tanta autocomplacencia, un elenco sumamente cumplido y de una solvencia arrolladora, logra aportar las mayores pinceladas de lucidez de la película. Tan sólo una conversación de pocos minutos entre Mads Mikkelsen u Oscar Isaac —actores de reparto de auténtico lujo— y Willem Dafoe contiene más genio, intensidad y fuerza que cualquier otro de los fragmentos que pueblan unos innecesarios 106 minutos de metraje.

 

Pero al final, el asunto del suicidio, merced al poder del cine, deja asentado que ni por asomo Van Gogh no quisiera su vida. No la querían los demás.

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