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TARANTINO, DILETANTE, EXALTA A SERGIO LEONE Y SHARON TATE EN “ERASE UNA VEZ EN HOLLYWOOD”.

Oscar Rodríguez Gómez
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En Cannes el cine del ariano nativo de Tennessee, Quentin Tarantino, tuvo un bautizo esplendoroso hace 27 años con la revolucionaria “Perros de reserva” y en 1994 dejó babeando a todo el personal con la inclasificable “Pulp Fiction”, que logró la Palma de Oro y se ha convertido en un clásico. Por ello, la película que marcaba esta edición 72 de Cannes, en la que estaban depositadas las esperanzas colectivas, la firmaba el monstruo sagrado como “Érase una vez en... Hollywood”.

 

Tarantino aceleró hasta el límite su montaje para que se celebrara en el Festival de festivales el estreno mundial; la han exhibido en dos sesiones casi paralelas intentando algo tan democrático como el que todos los asistentes a Cannes la vean al mismo tiempo. Antes de abrir telón, ha salido un señor al escenario hablando en nombre de Tarantino y rogando que nadie cuente su argumento. En fin, una puesta en escena a la altura de lo que se espera

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de las sorpresas, confirmadas o no.

 

Las damas privilegiadas con paso por la alfombra roja de Cannes 2019, el primer día se vieron rebasadas por una muchachita del Pop comercial devenida en actriz por el venerable y ya loquito Jim Jarmusch. Una chica de origen latino que en los titulares apareció ese día con un “Selena Gomez regresa a las redes: ‘Estoy orgullosa de la persona en la que me estoy convirtiendo’, dice”. Unas horas después, ante el desconcierto por el inesperado tema del film de Jarmusch, declaraba a todo pulmón: “Las redes sociales han sido terribles para mi generación”.

 

Seis días después, exultado por Leonardo Di Caprio tras el estreno de “Erase una vez en Hollywood”, Quentin Tarantino era reconocido por su dominio de la historia mediática (de la agónica prensa al caos en redes y demás), cuando el actor y sus partners en el film fueron parados en seco por el genio de Knoxville, Tennessee, con la sentencia "Prefiero cualquier época en la que no hubiera móviles".

Todo comenzó cuando la pareja homo de “Dolce & Gabbana”, los diseñadores italianos Stefano Gabbana y Domenico Dolce, famosos por su constante desacuerdo con las estrellas a las que visten, afrontan un boicot, de parte de algunos de los estilistas más fuertes de Hollywood, que han rechazado utilizar sus prendas después de que Gabbana insultara a Selena Gómez: “ Es realmente fea", escribió Gabbana desde su perfil oficial de Instagram en una foto publicada por “The Catwalk Italia”, en la que la joven aparecía con cinco looks diferentes, todos de color rojo.

Los vagos datos de la rumorología concluían que el film suponía un tributo de amor por parte de Tarantino al cine y el mundo de finales de los años sesenta del siglo pasado en Hollywood; a sus personajes más pintorescos y también un retrato de aquel suceso pavoroso en el que la actriz Sharon Tate y sus amigos fueron masacrados por la banda satánica de Charles Manson. Lo que se vio es una carta de amor a una época en la que la televisión no se tomaba a sí misma en serio. A una industria que languidecía mientras que los "malditos hippies" (como se les califica en pantalla en numerosas ocasiones) tomaban las riendas del cine. Al cine europeo que servía de guarida a estrellas de Hollywood en caída libre, al spaghetti western, a Roman Polanski. Y sobre todo, a Sharon Tate.

 

Aquí, los protagonistas son un famoso actor de películas de vaqueros y el hombre que además de doblarle en las escenas

de riesgo le soluciona todo tipo de problemas en su disparatada estructura cotidiana. Pero su buen momento ha pasado y tendrá que aceptar rodar spaghetti westerns en Italia. La situación de ambos se complica aún más cuando toman accidental contacto con un grupo de hippies muy inquietantes y hasta arriba de LSD. Las casi tres horas de proyección muestran que ese contacto detona lo peligroso de esa comunidad.

Tarantino rodó en analógico -en respeto a la época que retrata, 1969- y así se ha proyectado en su estreno mundial. También ha pedido -por redes sociales y en la misma proyección- que nadie revele la trama, en consideración al futuro espectador. Sin embargo, “Érase una vez en... Hollywood” no le proporcionó a Quentin ni la Palma de Oro ni ganará muchos Oscars, pero sí que llegará al corazón de muchísimos cinéfilos.

 

Sergio Leone es el agraciado. Nada menos que el título de la peli basta para honrar al realizador de “Erase una vez en el oeste” y “Erase una vez en America”. Según la web del Festival, aquí Tarantino da cuenta de algunas películas y creadores que han madurado sus eclécticos gustos: el spaghetti western, los paparazzis de Roma, los rodajes en Almería. Por la pantalla asoman Steve McQueen, Bruce Lee, Charles Manson, Sam Wanamaker, la serie The F.B.I., Roman Polanski y los amigos del matrimonio Polanski-Tate...

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Se nota que Tarantino disfruta en la reconstrucción de un Los Ángeles ya desaparecido, del que él vio en su infancia sus últimos rescoldos, un mundo más libre y a la vez más conservador, en el que cruzaban sus pasos la América surgida tras la II Guerra Mundial, con el Nuevo Hollywood, los hippies, en el que se movía el alcohol, las drogas y el sexo sin demasiadas contemplaciones.

 

Cuando su Sharon Tate-Margot Robbie va al cine a ver una de sus películas, Tarantino no truca la pantalla y muestra secuencias reales de “La mansión de los siete placeres” y de “El valle de las muñecas”, pelis ambas que mostraron todo el esplendor sensual de la inmolada Sharon. Una época de inocencia que murió el día que mataron a Tate, hace 50 años, y con ella, tras el rostro de Robbie, están rodados los planos más bellos de la película, espejos de su mirada limpia.

 

Y con la consigna de ni acercarse al spoiler, la misma web de Cannes señala que “previamente surgían las dudas sobre cómo encararía estos asesinatos el cineasta, que ha encontrado en el guion, que ha escrito durante cinco años, una carambola para librarse del problema, y ha convertido a “Érase una vez en... Hollywood” en la película con menos violencia de su carrera”. En el retrato de La Familia de Manson, que esparce en sus apariciones un terror palpitante, se vuelve a ver al Tarantino que explora caminos nuevos.

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