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TOY STORY O EL SENTIDO DE LA VIDA, PARTE 4.

Oscar Rodríguez Gómez.
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“Cuento de juguetes” hace mucho qué pasó a la historia como la primera película (comercial) hecha completamente por computadora. Cine realizado sin cámara. A estas alturas del siglo XXI esa “novedad” se ha naturalizado de tal modo que en la entrega número 4 de la narrativa sustituta tech del cuento de hadas, la duda era como le haría Pixar para, una vez más, lograr el nivel de excelencia técnica, originalidad e ingenio a los que nadie se ha siquiera aproximado. Una misión más que cumplida a la autoimposición de Casa Pixar de moverse en esa zona tan complicada de las películas que cautivan a los niños pero que gustan, y muchísimo, a los adultos.

 

Tras un cierre lacrimógeno y riguroso en su poética en ‘Toy Story 3’, la llegada de otra secuela generaba desconfianza. ¿Para qué arriesgarse a expandir una historia que había logrado el clímax en un capítulo final que conformaba una trilogía animada perfecta? Sin embargo, el realizador Josh Cooley tuvo la osadía de venderles a los dueños de la Casa a un producto que puede leerse como el gran epilogo, un metraje plagado de humor, aventuras, suspenso y nuevos momentos emotivos.

 

El mayor desafío que tenía ante sí 'Toy Story 4' era el de continuar una historia que ya se daba por cerrada debido al tono crepuscular de la tercera entrega, donde se trataban temas inusitados (en cine infantil) cercanos a lo oscuro, como fueron el fin del ciclo vital de los muñecos y la misma cercanía de la muerte, con aquella conclusión aterradora en el incinerador de basura.

 

No había nada que resucitar, sino volver a detonar algo que

respondiese a ¿Cómo  prolongar las aventuras de Woody, Buzz

y compañía sin repetir temas de las primeras entregas, como la

rivalidad de los protagonistas por el cariño de sus dueños; los

juguetes perdidos; los distintos tipos de niños/dueños...?

 

Y si, todo está de nuevo en la Toy 4 (o 4T; no es mala sigla),

aunque se tratase del último alarido de de una saga que ya se

había dado por finiquitada, con estética y personajes

conocidísimos y franca posibilidad de ideas recicladas. Pero ahí

Cooley se convierte en artífice para que Pixar vuelva a obrar su

magia con la solidez y pulcritud del guion, con esos personajes

arquetípicos todo terreno y a prueba de desgaste y esos

“actores de soporte” capaces de robar el show sin aparente

esfuerzo, aunque en realidad hay detrás un exquisito trabajo de

caracterización, diseño y diálogos pulidísimos.

 

Diálogos que, en el 80% aprox. de Iberoamérica, no podrán ser disfrutados por las mayorías en tanto la política de que todo lo que se exhiba en America Latina y España -desde “Blanca Nieves” (1936) hasta el momento-, deberá doblarse al castellano “por el bien de los niños”. Sólo en salas VIP podrán apreciarse, en un film por excelencia emotivo, las vivencias comunicativas de los muñecos -que ahora resultan poseer “una voz interior”- caracterizados en lengua original por los eternos Tom Hanks Woody y Tim Allen Buzz.

 

La novedad es que no sólo se le da en 4TS (¿se ve mejor?) VOZ principal a Bo Peep, la antes insignificante pastorcilla -el talento de Annie Potts- sino que en tiempos del #MeToo a la muñeca le quitan la faldota y le ponen pantalones (cintura ceñida), al tiempo que le resultan habilidades de lucha antes inconcebibles. Y consolida su pareja con el héroe: algo muy sano para las dudas de que Woody resultara cuate de los de ‘Brokeback Mountain’. También se pierde la cacareada voz de Keanu Reeves como el nuevo y fugaz personaje ‘Duke Kaboom’. Los diálogos, los chistes tanto físicos como verbales siguen siendo uno de los puntos fuertes, donde las voces de los actores consagrados aportan tonos, ductilidad e histrionismo que el doblaje no permite.

 

Los juguetes clásicos siguen funcionando, ahora con un resalte visual, gentileza de las nuevas tecnologías de animación, que hacen que brillen más, que los colores resulten más estridentes y las texturas más palpables. Y por supuesto, el guión es inteligente y tiene un clásico desarrollo de género, con momentos de acción, intriga y sin ningún bache, intensidad pura a lo largo de los cien minutos de duración.

 

Pero hay más. El gran acierto de esta secuela se da en la construcción de efectivos personajes de soporte, más pensados para jóvenes en proceso de maduración que para chiquillos (la generación de ‘Toy Story I’ tiene más de 23 años): Forky, irresistible juguete de tendencias suicidas que es protagonista fundamental; Ducky y Bunny, dos peluches salidos de un puesto de feria que son responsables del humor más corrosivo y sarcástico del filme (tan geniales que caen mal); Duke Kaboom, un acróbata stunt motociclista un tanto miedoso e imprevisible; Gaby Gaby, la muñeca villana surgida de los años cincuenta; y los siniestros muñecos de ventrílocuos (¿algún mayor de 50 años se acuerda de Don Neto? No el narco, sino el muñeco de “Carlos, Neto y Titino?). Un logrado grupo de nuevos juguetes que expanden el universo de Toy Story al infinito y más allá.

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En esta ocasión, Woody acompaña a su nueva dueña, Bonnie, a su primera visita a la guardería. Allí, ella misma se fabrica un nuevo juguete, Forky, con objetos que encuentra en la basura. En un viaje familiar el adefesio se extravía, y Woody decide recuperarlo porque sabe que es el juguete más importante para su dueña. Así se reencontrará con viejos amigos que creía perdidos y con nuevos juguetes que ansían tener algo que Woody siempre ha dado por sentado: un niño al que proteger y de quien depender.


4TS consigue redundar sobre el tema del cambio y la necesidad de sobreponerse a la pérdida, pero sin resultar repetitivo planteando una comunidad de juguetes abandonados, que no pertenecen a nadie y que aquí son liderados por una sorprendente Bo Peep, la pastorcilla que ha sido difuso interés romántico de Woody desde la primera entrega y que experimenta una de las evoluciones más

radicales de la serie, ad hoc con el espíritu de la época.

 

Bo se convierte aquí en una muñeca liberada, que da unas cuantas lecciones de independencia y sentido común al héroe, con un guiño a Don George Miller y su manca Imperator Furiosa de ‘Mad Max’: la escena donde Bo pierde el brazo. Es ella la que hace entender a Woody que no es necesaria una figura superior sobre nosotros para tener cierta seguridad en uno mismo o un código moral. Un cambio en el personaje que suscita lecturas sociales e incluso espirituales en la película, y que hace volver la vista a las anteriores películas.

 

Aunque por todo lo mencionado 4TS puede aspirar a los cielos de Hollywood, fácil se nota que no aspira a alcanzar el nivel icónico de la primera entrega, entre otras cosas porque las condiciones históricas de aquella son ya inalcanzables. Sin embargo, no bien termina el estreno cuando el murmullo generalizado dice que es la entrega más divertida desde la primera, y desde luego lo es en términos de caracterización de personajes, y gracias a dejar de lado los tintes amargos de otras entregas, especialmente de la tercera parte.

 

Es curioso cómo 4TS ha pasado de ser una franquicia que reforzaba valores tradicionales como la amistad o la familia a convertirse en una saga algo más libre, donde caben esquemas menos convencionales y personajes que dudan hasta de su propia naturaleza. Quizás 'Toy Story 4' no pueda aspirar al carácter mítico de las primeras entregas, pero que como secuela ‘running on empty’, alcanza y sobrepasa con holgura los prejuicios de los exquisitos.

 

A lo largo de 4TS Woody atraviesa por una crisis existencial

después de perder a su dueño Andy que se fue a la

universidad y se aferra a Bonnie, la nenita con quien deja

Andy los juguetes, para darle sentido a su vida. Porque el

propósito de todo juguete es acompañar a su niño en cada

momento importante, así que cuando Bonnie lo deja de lado,

Woody empieza a cuestionarse varias cosas, aunque lo hace

en silencio.

 

Con la llegada de Forky, el cowboy se enfoca en mantenerlo

a salvo por el bien de su nueva niña y hace a un lado sus

sentimientos y deseos. Pero cuando se encuentra con Bo,

que le muestra los beneficios de ser un juguete perdido,

empieza a considerar que tal vez la vida más allá de la

habitación de un niño no sea tan mala. Finalmente, el vaquero decide escuchar su VOZ INTERIOR y se queda con Bo para ayudar a los juguetes perdidos, con lo que de esta manera encuentra un nuevo propósito para su vida.

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