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“¡TEQUILA!” HACE BRAMAR KING CRIMSON 50 A MEXICO.

Oscar Rodríguez Gómez
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“Lengua de Alondra en aceite de lavanda, parte uno” es caballito de batalla para que King Crimson esté abriendo sus conciertos conmemorativos de los 50 años de Robert Fripp al frente de la banda de Rock más poderosa de la historia. No por su base social (Grateful Dead, hoy Dead & Company, se la lleva), ni mucho menos por su espectáculo artificial (insuperable el modelo Pink Floyd o la ocurrencia de Björk en su show digital “Cornucopia”, también presentándose en CDMX), sino por la emoción afectiva, hipnagógica, espiritual y cognitiva, sólo con su música, que vuelve loca a la gente.

 

¿Por que King Crimson tiene tantos fans en CDMX mientras es rechazado por las mayorías poperas (y hasta desconocido entre la ignara raza) por “intelectual”? ¿Por qué la banda escogió la capital más poblada del mundo – y en Latinoamérica- para iniciar la fase final conmemorativa de los 50 años del lanzamiento de su primer álbum? Quizá las respuestas sean fáciles de hallar en las letras de su hit eterno, ‘21th. Century Schizoid Man’ -por cierto que no la tocaron en el estreno del viernes 23- o en ‘Pictures of a City’, de su “Despertar de Poseidon”, rolas ambas cincuentenarias.

 

El tema es que “Larks Tongues in Aspic, pt. 1” arrancó sin decir agua

va y desde la introducción percusiva a base de placófonos comenzó

la hipnosis a ritmo del crescendo dramático de las liras, hasta llegar

al climax con el bandón en pleno que llenó el Teatro Metropolitan,

con capacidad para 3,200 afortunados, entre los que estuvimos los

que al primer intento nos hicimos de las cinco primeras filas del

lunetario.

 

Siempre hasta atrás del alineamiento del grupo, Robert Fripp se veía

muy repuestito, bien prendido, sonriente a cada rato y aún más

discreto para con sus músicos, a quienes daba todo el crédito. Y

entonces Mel Collins tocó la flauta.

 

Fundador y ahora de planta en Crimson, Mel, el maestro de los alientos, hizo esperar sus saxes y le tupió duro a la improvisación con flauta, tanto como para ir llevando a la gente en su viaje, que fue mezclándose con la melodía de la populachera “Tequila” -jamás la había yo escuchado jazzeada-, a cuyo término Collins brazo en alto hizo que más de 3,000 gargantas bramaran “¡Tequila!”, y así empezaron las tres horas de concierto más importantes del año en Mexico.

 

Tras la tanda de aplausos, el Crimson se puso realista y espetó su hit de “Radical Action” de 2016, “Suitable Grounds for the Blues”:

 

“This is how it ends

All bitterness and bruising

How it soon descends

Into victory and loosing

These are suitable grounds for the blues

 

This is how it ends

All screwed up and confusing

No fear it might offend

That former loved one you're refusing

Resentment mixed with anger

Is suitable grounds for the blues

Suitable grounds for the blues

 

This is how it ends

The acceptance of delusion

The urge to condescend

The inevitable conclusion

These are suitable grounds for the blues”.

 

Tras “Jardines adecuados para el blues” vino “Red” y ya no le pararon. Los siete magníficos, los siete magos, los siete artistas, los siete cerebros enlazados. Al centro, con los cueros bien templados y un synthe para celestializar el religue a la tierra, Pat Mastelotto puso a girar en estéreo a dos bateristas laterales, Gavin Harrison y Jeremy Stacey, que fueron un espectáculo en sí mismos. Igual que los demás, cada uno de los músicos fue un concierto solista.

 

En segundo plano -¿recuerdan cuando los bateristas ni se veían?- el requinto y cantante Jakko Jakszyk, de 61 años con look de 40 hubo de echar toda la carne al asador para estar a la altura. Tras de él, un historial de voces que incluyen a Greg Lake, Adrian Belew y John Weton, a quienes quizá no supere, pero su papel en los 50 KC es vital para cantar los próximos 50 del siglo XXI. A su lado, brujazo con su Chapman Stick, Tony Levin acapara las luces. Un bajeo que va de lo rítmico a lo sideral pasando por la requinteada, conjura a Ariel y su corte para rendirse el espíritu ante la genialidad musical.

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Y es que King Crimson, lejísimos de la música pop y su manipuleo, es un Robert Fripp, también lejano a sus misterios del pasado, lleno de vida y creatividad, envidia de setentones abueleados que oyen Beatles negando (ignorando) todo lo demás, está muy contento porque su colega fundador, un también muy repuesto alientista Mel Collins salió a escena como “Demoño rojo”. Elegante corbatín de tono intenso sobre camisa negra que lo convirtió en el protagonista de la noche entera. Flauta y sax son sus preferidos, recorriendo durante el concierto desde el sax soprano hasta la flauta contralto, que puso en escena “la frente perlada de sudor de Miles Davis, los ojos en blanco de John Coltrane, la seriedad escolástica de Brandford Marsalis y lo más ácido del acid jazz posible”, dice el crítico Pablo Espinosa, a quien se debe la primera crónica (a medianoche) de nuestro quinto viaje con King Crimson en México:

 

“Como pieza de regalo, ‘In the court of the Crimson King’ enlazó la genealogía completa: los cincuenta años de música que lleva Robert Fripp a cuestas. Bella celebración final: poner en primer plano la música isabelina y a William Shakespeare como emblema de la cultura del jipismo, del primer rock, el libérrimo, bandera de una música, la de King Crimson que es de piel y entraña y resuena en la vermis, en la zona reptiliana, el recoveco más primitivo del cerebro y donde ocurren los procesos más delicados del humano, el de celebrar rituales sagrados”.

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