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“JOKER” A TRAVÉS DE LOS OJOS DE BONFIL Y GARCIA TSAO

Oscar Rodríguez Gómez curador.
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N.R.- Con el rechazo a la modestia y mucho más a la “humildad” que promueve este digiboletin, TCR se enorgullece por la oportunidad y celeridad con que se tomó el compromiso de hacer la única crítica de “Joker” registrada en México, apenas una hora después de exponerse a su estreno. Y tan extensa que hubo de hacerse en dos partes, pese a escribirse de corrido.

 

Con fines netamente comparativos (a ver quien escribe mejor) van enseguida las reseñas que más de una semana tras del estreno de Joker se publican en los diarios críticos de CDMX. Dos análisis por los dos mejores mediáticos de la crítica fílmica, Leonardo Garcia Tsao y Carlos Bonfil. Se ruega leer las dos partes publicadas por TCR una semana antes. Y gratis.

 

CARLOS BONFIL: LA SUSTANCIA CORROSIVA DEL RENCOR SOCIAL.

 

El estreno internacional simultáneo de Guasón (Joker), la cinta de Todd

Phillips ganadora del León de Oro en la pasada edición del Festival de Cine

de Venecia, ha suscitado una fuerte polémica que rebasa, con creces, la

estricta valoración de sus cualidades artísticas, entre las que destaca, de

modo incuestionable, la formidable interpretación que hace Joaquin Phoenix

de su protagonista central.

 

 Quienes por inadvertencia esperaban una secuela más de una rutinaria

película de superhéroes, inspirada en la historieta gráfica de Batman,

descubren desconcertados la ilustración fílmica de los siniestros delirios de

un desequilibrado mental llamado Arthur Fleck (Phoenix), un patético

hombre-anuncio en las calles atestadas de basura de la ficticia ciudad de Gotham (un Nueva York que en los años 80 padece una severa huelga de servicios de limpia), para quien la agresión que sufre por parte de un grupo de adolescentes será el detonador que avivará una violencia personal reprimida y secretamente cultivada durante largos años.

 

Esa violencia, desplegada a través de una serie de actos criminales, es fruto no sólo de una enfermedad mental asociada con la esquizofrenia, sino también de una acumulación real de agravios y maltratos que en Arthur – payaso de ocasión y comediante mediocre– han cultivado un agudo resentimiento social.

 

La parte interesante y perturbadora de la película es el modo en que delirio y realidad se confunden en la mente del protagonista, e incluso también en la percepción misma de la historia por muchos espectadores. Sea deliberada o fortuita la intención del director y guionista de confundir así las pistas del relato, lo cierto es que el resultado semeja una peculiar arma de dos filos, la postura ambivalente del realizador que transforma el desequilibrio mental de Guasón y su violencia homicida, lo mismo en un espectáculo complaciente, moralmente cuestionable, que en el diagnóstico feroz de los extremismos a que puede conducir la insensibilidad de una sociedad que menosprecia, abierta o veladamente, a los seres marginales.

No era otra la fuente de agravios que padecían los protagonistas de dos cintas a las que Guasón rinde un tributo transparente: el Travis Bickle (Robert de Niro), de Taxi Driver (Scorsese, 1976), y el comediante frustrado Rupert Pupkin (nuevamente De Niro), en El rey de la comedia (Scorsese, 1982).

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La gran diferencia entre el impacto de aquellas dos cintas notables y la película que hoy despierta tanta polémica es el modo inaudito en que el desprecio a las minorías y la humillación al ciudadano común desfavorecido ha trascendido la simple anécdota para volverse una práctica institucional en las políticas públicas de países como Estados Unidos o Brasil, o parte del este europeo, permeables cada vez más a un discurso autoritario.


Cuando Thomas Wayne, candidato a la alcaldía de Gotham City y supuesto padre del bastardo Arthur Fleck, exclama con sorna: “Quienes hemos logrado hacer algo con nuestras vidas, siempre veremos como payasos a los que no lo han logrado”, la previsible reacción del aludido y humillado sólo

podrá ser un “Espero que mi muerte tendrá más sentido (o hará más dinero) que mi vida”, y esa profunda frustración individual llegará a contagiar a un número mayor de desposeídos quienes habrán de culpar de su suerte a las élites sociales hasta clamar ¡Muerte a los ricos! desatando el caos urbano, la rebelión de las masas, la proliferación de las máscaras que resguardan el anonimato de la revancha, el encono incontrolable del rencor social. El fuego a la vuelta de la esquina.

 

Ese clima apocalíptico es el que visiblemente ha fascinado a Todd Phillips, realizador sin la maestría artística de un Scorsese, pero con el olfato suficiente para reconocer la eficacia de un discurso incendiario en la pantalla en estos tiempos del recelo social, la pos verdad triunfante y la IMPUNE REIVINDICACIÓN DEL ODIO A LO DIFERENTE. De la obra artística redonda y contundente que fue “Taxi Driver” hemos pasado, décadas después, a la película panfleto, al exabrupto anímico totalizador que prescinde de un punto de vista manifiesto y certero, y que diluye la denuncia política en una mera política del espectáculo. El marasmo ideológico y narrativo que es Guasón tiene como venturosa redención artística el desempeño prodigioso de Joaquin Phoenix, sostén verdadero de toda esta empresa comercial.

 

Al espectador atrapado en los delirios de Arthur Fleck, el propio Guasón podría decirle con ironía: “ The joke’s on you” (La broma es sobre ti).

 

LEONARDO GARCIA TSAO: RIDI PLAGLIACCIO     

 

Ganadora discutida del pasado festival de Venecia, la película Guasón ha

generado una buena dosis de controversia porque parece favorecer la

violencia del lado del pobrediablismo sicótico. Ante los reparos de críticos y

autoridades estadunidenses, los creadores –el director Todd Phillips, los

ejecutivos de la Warner Bros.– se han apresurado en desmentir tales

intenciones.

 

Siendo una película derivada de personajes de los cómics DC, la

caracterización de su protagonista epónimo supone algo más complejo que

la villanía bidimensional. Para ello, Guasón canibaliza libremente dos

películas clave de Martin Scorsese: Taxi Driver (1976) y El rey de la comedia

(1982). El ambiente es el mismo –Nueva York/Ciudad Gótica como una amenazante cloaca, permeada de mugre y violencia–, pero, sobre todo, las motivaciones del héroe son una calca del desequilibrio mental de Travis Bickle y Rupert Pupkin, respectivamente.

 

Como Travis, Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) siente que el mundo le debe algo y encontrará en las armas de fuego su instrumento para ejercer el vigilantismo megalómano (hasta existe la misma imagen del protagonista apuntando su revólver contra las figuras que ve en la televisión). Como Rupert, Arthur aspira a la fama como cómico stand-up y su máxima ilusión es aparecer en el programa de Murray Franklin, un socarrón conductor de un popular talk show. (El hecho de que Franklin sea interpretado por Robert De Niro es una tácita aceptación de dichas influencias). Ambas vertientes se conjugarán en el sangriento clímax.

 

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Pero, a diferencia de Scorsese, cuyo nihilismo es auténtico, Phillips y el coguionista Scott Silver abundan en la autocompasión de su personaje. Así, la narrativa se preocupa por dibujar los trazos lastimosos de la biografía de Arthur Fleck: niño adoptado por una madre desquiciada (Frances Conroy) que lo llama Happy, víctima del abuso de las parejas de ésta, fracasado payaso de alquiler, adulto solitario que sólo puede fantasear ser el novio de la guapa vecina (Zazie Beetz) de al lado y que padece una risa nerviosa, sardónica, que sólo irrita a quienes le rodean. Pobrecito. Nunca el Guasón había sido tan patético.

 

Encarnado por otro actor, Arthur Fleck podría haber sido una caricatura del perdedor urbano. La caracterización de Phoenix (quien siempre ha tenido un brillo demencial en la mirada) lo sitúa en un registro realista que lo hace perturbador. Al ser uno de los pocos actores hollywoodenses dispuestos al riesgo, convierte al protagonista en un hombre tan repelente como fascinante. En las secuencias finales, cuando Arthur ha asumido plenamente su creación del Guasón y baila de manera triunfal sobre unas escaleras al ritmo de una canción de Gary Glitter (un abusador de menores, por cierto), el pobre diablo se ha erigido en héroe. En ese sentido, como aprobación de una línea de conducta admirable,

pues el personaje ha desatado todo un movimiento social antiautoritario, la película se ha vuelto potencialmente perniciosa.

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