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IRA IRRACIONAL DE LA HUMANIDAD, REPRESENTACIONES PATOLOGICAS EN “JOKER”. Parte dos.

Oscar Rodríguez Gómez
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Arthur Fleck baila. Su kinética se alimenta de la energía negativa de su entorno para, finalmente, derrocharla en destruir lo mismo nenes de Wall Street que babosos adolescentes. “The Old Soft Shoe”, canción que el actor Ray Bolger -el espantapájaros de El mago de Oz- bailó y cantó en 1939, inspiró a Joaquin Phoenix a la hora de interpretar a su Joker. "Vi el vídeo y Ray destilaba una arrogancia rara en sus movimientos y en realidad lo copié casi todo de él. Ray Bolger hacía eso de levantar la barbilla. El coreógrafo Michael Arnold me mostró montones de vídeos y yo me fijé en eso en particular. Así es el Joker, ¿no? Tiene cierta arrogancia. Probablemente esa fue mi influencia más grande, aunque también lo fue la música disco”.

 

Gran revelación. Esa cosa llamada “disco” que infestó un cuarto de siglo los antros de baile, con

la degradación consecuente de sus practicantes, tiene una oscura e inquietante propuesta de

las generaciones en cuyo mundo tiene que vivir Fleck. Un demente diagnosticado y medicado

(inútilmente) lejos de infundir repulsa, es visto como un héroe que habita también en el mundo

interno (alienado) de la masa embriagada de furia.

 

La mayor de las represiones, sin duda, es la de la ira. La gracia de Tim Burton y lo ominoso de

Christopher Nolan apenas tocaron lo que en su día fueron estereotipos sobre el bien y el mal.

Así que llevando el universo de la demencia colectiva hasta una nueva dimensión, aún más

política e infinitamente más social, Todd Phillips ha compuesto “Joker”, grandioso ejercicio de

energía visual y sonora. Un categórico golpe CONTRA EL SISTEMA que, debido a su

complejidad más que a su ambigüedad, corre el peligro de malinterpretarse.

 

Se trata de una obra radicalmente alejada de las películas de superhéroes tan de moda, donde

no hay un solo acontecimiento o ambiente fuera de lo realista (pero no en del híper), que

claramente entronca en su estilo con parte de lo mejor del cine americano de los setenta, con

preponderancia del de Martin Scorsese: “Taxi Driver” (“Algún día llegará una verdadera lluvia que limpiará las calles de esta escoria”) y “El rey de la comedia”, con el protagonismo del aspirante a cómico, del payaso sin gracia, del acosador loco, punteadas ambas por la presencia de Robert De Niro en el reparto. Por eso su presencia avasallante en Joker.

 

Phoenix interpreta a un payaso que desea ser comediante de stand up y quien atiende a su madre convaleciente. Es una vida solitaria y rutinaria, de la que pronto empiezan a verse las grietas de la sanidad mental del personaje. Una de las pocas diversiones que Fleck encuentra en su vida es ver el late show televisivo del presentador Murray Franklin (Robert De Niro). Y hasta ahí.

 

Es bueno no saber más que esas pinceladas gruesas de la historia al ir a ver la película. Joker incluye muchas referencias pequeñas a las historietas y a la figura de Batman en la TV y el cine. Es un filme muy bien editado y fotografiado, con un uso eficaz de su banda sonora y del diseño de producción. Joker es una gran película, aunque no se trata bien el intento de Fleck de explicar sus acciones.

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Es más enriquecedor atender a referentes de un trabajo que, de todos modos, Phillips convierte en algo personalísimo. Hay ecos de la muy enfermiza y romántica “El hombre que ríe” (Paul Leni, 1928), película silente basada en una novela de Victor Hugo, sobre un hombre que no puede evitar físicamente poseer una perenne y sobrecogedora sonrisa de oreja a oreja; una obra luminosamente lúgubre que, como Joker, aspiraba en muchos momentos al sentimiento de la compasión. Pero este artificio de Philips ya tiene rato resemantizandose en otros films.


La peliculita clase B de principios de los sesenta del siglo pasado “El barón Sardonicus”, de William Castle (ingratamente olvidado en comparación, por ejemplo, con Roger Corman) muestra un aterrorizante y nada compasivo monstruo de “risa sardonica” (clínicamente, síntoma nada menos que de

tétanos) devenido en auto vengador de su mal (nunca bien explicado). Muy recientemente, en 2006, Brian de Palma hace “La Dalia negra”, basada en reportajes y novelas a propósito de un crimen real nunca resuelto: la víctima, una incipiente actriz porno de principios de los cincuenta, no sólo es deshollada y separados su tronco de la pelvis y piernas, sino también cortada la unión de sus mejillas con los extremos de las comisuras de la boca, exactamente semejando la mentada risa sardonica.

 

Y hay ecos del cómic del año 2005 “Batman. El hombre que ríe”, escrito por Ed Brubaker y dibujado por Doug Mahnke, del que recoge el hecho de los ataques de risa, aunque aquí como enfermedad mental y no como veneno necesitado de antídoto, como en el caso Fleck (de nuevo, la estricta verosimilitud de todo lo que ocurre); una historieta gráfica que en una de sus viñetas definía así a un rico hombre de negocios, a la manera de la diatriba social de Phillips: “Este hombre, al que la vida se lo ha dado todo en bandeja de plata, sigue arreglándoselas para que los pobres lo sean aún más”. Pobre de don Thomas, el papá de Bruce Wayne.

 

Desde la recuperación del logotipo de la Warner de los años 70 y el ruido de

las calles, en el primer segundo de metraje, Joker León de Oro, un galardón

histórico para una producción de estas características, ES la demencia del

individuo como metonimia -en el sentido de Lacan- de la locura social. Es la

película más incómoda que se haya visto en mucho tiempo. Desagradable,

cruel, perturbadora, tristísima. Y donde el despliegue físico de cuerpo, rostro

y mirada de Joaquin Phoenix se convierte en un recital histriónico inigualable.

 

Sin embargo, pese a la constante denuncia y escarnio social y a la acusación

contra el sistema de recortes presupuestarios del gobierno, de abandono de

los más desfavorecidos, sería un error no ver que la película es una denuncia

moral desde arriba hasta abajo, y que el Joker, finalmente, se convierte en un villano enfermo, alienado y enajenado. Y si alguien cree que los que mueren en la película merecían morir así por sus acciones, solo puede ser dos cosas: un peligroso radical de extrema derecha o izquierda; o un ignorante anarquista de sofá que nunca moverá un dedo si no es para clavarse en ese engaño con apariencia de modernidad que son las redes sociales.

 

Los mismos pelados que madrean a Fleck nada más porque si en el prólogo, podrían ser los que lo adoran como mito en los tiempos que corren. Es la conjura de la ira, desembocando en la irracionalidad de la masa. Es la complicación moral de una película formidable y retorcida.

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