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EL IMPERIO PATÉTICO SEGÚN SPIKE LEE.

CONCLUYE.

Oscar Rodríguez Gómez

Tonto de capirote. Despectivo extraído de los antiguos sistemas escolares que ponían al alumno “burro” contra la pared, con tamaño artefacto rematado en punta sobre su cabeza. Sigue sin quedar claro el diseño de los capirotes en tal forma para el KKK, ya que, vista infinidad de veces, la escena del film de Griffith, en que niños blancos cubiertos con sabana blanca espantan a pequeñines negros, desde el letrero en pantalla hasta la exclamación de una gorda ignara esposa de un KKK, es la misma: “la inspiración”. El color blanco.

 

Por norma general, el cine que se realiza en defensa de las minorías no ataca a todos los hombres por su simple condición masculina, ni a todos los blancos por su color de piel, sino que arremete contra el machista y contra el racista por su imbecilidad. Spike Lee ha demostrado a lo largo de su carrera que la defensa de los derechos de los negros no está reñida con un mensaje de ecuanimidad y respeto, y “BlacKkKlansman” es una prueba de ello, retratando al blanco y al negro como iguales en una lucha contra la estupidez supremacista.

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Ante el negro feo, sumido en su miseria, la que se le castiga con toda clase de humillaciones racistas, Lee consigue transmitir una imagen mucho más efectiva del ultraderechista blanco, la de la fobia irracional, el sentimiento de inferioridad y la idolatría hacia unos líderes cuyo compromiso estará en entredicho en cuanto se pierda el componente lucrativo de la empresa que persiguen.

 

La perspectiva desde la que está trazada esta parodia no es la del miedo y la búsqueda de concientización -Lee hace ya tiempo que perdió el temor a expresar su opinión- y ahora enarbola

 

su cine y su mensaje desde el DESPRECIO absoluto hacia todos aquellos –aparentemente la mayoría de la población estadounidense– que apoyaron LA LLEGADA A LA PRESIDENCIA de un fanático segregacionista, y toda esa repulsión quedará astutamente reservada para las últimas escenas del filme, dejando que la película no pierda su agresiva comicidad inicial, y permitiendo un espacio para la reflexión en el cierre definitivo, para lo que el realizador ha utilizado imágenes de archivo de los últimos atentados racistas cometidos en Estados Unidos.

El diálogo entre los agentes encubiertos es ejemplar. Mientras el infiltrado (telefónico) negro -el hijo de Denzel Washington- plantea que el objetivo del KKK es, bajo la guia (real: se demuestra con tomas originales al final) de David Duke (sin nombres falsos, el auténtico) es que sus miembros accedan a la Casa Blanca, la respuesta del colega blanco no puede ser más ingenua, mostrando el “sentido común” del gringo liberal standard: “No creo que el pueblo americano pueda elegir a tipos como David Duke ¡Para la presidencia!”.

Hasta el pensar del común de la gente quedó por los suelos con Donald Trump.

 

La peli de Spike también plantea una teoría ejemplar sobre la desigualdad de oportunidades y la discriminación, resultante del abuso de poder que un grupo de la población ejerce sobre otro. Esta premisa, extraída de varias investigaciones socio-antropológicas, se produciría cuando la facción de clase dominante accede a una economía restringida para el dominado. Dinero, trabajo y círculos de influencia son las armas utilizadas por los supremacistas blancos para tratar de subyugar durante años a la población negra. Negándoles el acceso a dichos recursos, aseguran la prolongación de su poder.

 

Así, Lee no solo recrea una historia real, sino que además le otorga una explicación lógica basada en teorías académicas. Al recurrir a la reproducción de un episodio biográfico, y evitando la simple construcción ficcional de los acontecimientos, el director impide que la película pueda ser tachada de extremista o parcial, puesto que no abusa de la demagogia ni de la subjetividad, y permite que su mensaje sea igualmente aplicable en el ámbito recreativo y el didáctico. En cualquier caso, es de destacar un elemento narrativo que prevalecerá sin ninguna duda por encima del resto durante todo el metraje: la sátira.

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Lee es de los pocos directores capaces de construir la fuerte y bien trazada imagen de un grupo político, como es el Ku Klux Klan, con tremenda solemnidad y seriedad

        pero que, al mismo tiempo, conforme las escenas pretendan aparentar mayor                aplomo y gravedad, todo resulte cada vez más ESTUPIDO Y RIDICULO, algo                     que se reflejará en los rostros confusos de los integrantes del Klan,                                    mientras presencian incrédulos cómo el infiltrado negro, convertido en                            guardaespaldas de Duke, se atreve a posar en una fotografía con los                                  líderes mesiánicos del Klan, abrazando a los atónitos individuos

                       instantes antes de que se accione el disparador, para lograr así una de                              las instantáneas más grotescas de todos los tiempos.                                                            “BlacKkKlansman” queda como una caricatura seria, tristemente                                      cómica, pacíficamente violenta y absolutamente necesaria en nuestros                         tiempos.

                       La ligereza del tono de la trama es matizada por pausas líricas y                                       didácticas. Este juego de contrastes se desenvuelve a menudo gracias a                     la apropiación irónica del montaje paralelo. En una secuencia gloriosa,                         Lee reúne dos situaciones antagónicas: por un lado, un viejo activista                         interpretado por Harry Belafonte (activista real en los años 60 del siglo XX,              famoso como cantante de soul) retoma el linchamiento de Jesse Washington     en 1916 y lo transmite a un grupo de jóvenes asociado con simpatizantes de los Panteras Negras; por el otro, se puede ver toda la ceremonia de iniciación del

 policía blanco que se hizo pasar por Ron Stallworth para infiltrarse en el Klan, la que culmina con la proyección del film de D. W. Griffith en el que se humillan y asesinan negros y que popularizó el montaje paralelo para enfatizar el dramatismo de una escena en la que suceden situaciones en espacios distintos pero en un mismo tiempo y que se implican.                                                                                            

El contexto histórico es fundamental para un Spike Lee que se esfuerza en dejar clara la situación de los afroamericanos en la época en la que transcurre la narración. Tan sólo unos pocos años han pasado del fin de la segregación racial o de la posibilidad de que haya matrimonios interraciales. Los Panteras Negras poseen núcleos de actividad importante en algunas de las principales ciudades del país y son considerados por el siniestro J. Edgar Hoover como la mayor amenaza para la seguridad interna de Estados Unidos.

 

El racismo institucional se ha derrotado legalmente, pero el cotidiano es algo omnipresente entre los ciudadanos o los miembros de la fuerzas de seguridad con los que Stallworth comparte trabajo. De aquí surge la ironía que contagia gran parte de la película en las interacciones e intercambios entre el protagonista y sus colegas del departamento. Algunos de ellos se muestran abusando de su autoridad para acosar, encarcelar y maltratar arbitrariamente a afroamericanos en su jurisdicción. Una ironía agria en muchas ocasiones, que captura esa frustración ante la imposibilidad de cambio real más allá de lo estético.

 

Spike no evita, siempre que puede, hacer guiños al espectador sobre la actualidad a partir de las situaciones que se encuentran o las charlas entre el protagonista y su aliado judío (como “lo imposible” que un David Duke acceda a la Casa Blanca). Risas amargas que apuntalan un discurso sin ambigüedades sobre el origen del odio racial y la tensión existente hoy en día en una sociedad que no ha superado ni mucho menos las desigualdades de la opresión de la comunidad a la que Spike Lee pertenece.

 

Porque aunque contenga momentos auténticamente disparatados, situaciones absurdas usando el racismo como catalizador cómico y gags delirantes, la intención dramática y política se hace evidente desde el comienzo. Durante un discurso de Stokely Carmichael en la que trata de inspirar a los asistentes hablando de la guerra inevitable contra el hombre blanco por la supervivencia, la cámara aísla los rostros en primer plano de quienes le escuchan, resaltando la importancia de la lucha colectiva para la transformación de la realidad.

 

Diálogos con doble sentido y tremendamente ácidos se alternan con otros mucho más obvios que en ocasiones verbalizan y destruyen el subtexto de escenas que podrían ser más sutiles, como si la sutileza le importase algo al genio Lee. Su estilo encaja perfectamente con lo satírico por la propia exageración del uso que hace de la cámara, la estrambótica historia y su desarrollo a través de la propuesta escénica.

 

Se trata de un film profundamente narrativo en el que todos los elementos están al servicio del mensaje que se quiere introducir en sus imágenes, eliminando así cualquier posibilidad de reinterpretación o equívoco sobre su texto, pero al mismo tiempo dándole a sus ideas una resonancia y urgencia acorde a la situación que trata de denunciar.

 

La escena clave: un agente de quien sabe qué agencia de seguridad se encuentra con el real Stallworth. Lo felicita por su investigación que no sólo ha comprobado la autoría de atentados por parte del Klan, sino que por accidente detectado también que, al menos dos de los miembros en Colorado Springs, son guardias del NORAD, acrónimo de North American Aerospace Defense Command (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial). Desde 1963, la principal instalación del NORAD está en Cheyenne Mountain, en el estado de Colorado, cerquita de la comunidad donde la realidad superó la ficción.

 

David Duke fue líder de los Caballeros del Ku Klux Klan de 1974 a 1978 y en 1980, creó la NAAWP (Asociación Nacional para el Avance del Pueblo Blanco), una organización política nacionalista.

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