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HEGEMONÍA, MÁS QUE UN LEGADO, DEJÓ WOODSTOCK 1969. Parte I.

Oscar Rodríguez Gómez

música ya es parte de la cultura Pop:

 

John F. Kennedy, Malcolm X, Che Guevara, Martín Luther King, Robert Kennedy, Mama Cass Elliot, Jim Morrison, John Lennon, Allard Lowenstein, Max Yasgur, Abbie Hoffman, Bill Graham, Paul Butterfield, Pigpen, Richard Manuel, Keith Moon,  Alan C. Wilson, Tim Hardin, Bob Hite, Janis Joplin, Jimi Hendrix.

 

Para los burros tradicionalistas, para lo que queda de la XGen y para el ejército millennial, el despeje de algunas posibles dudas: Mama Cass, la pionera del bassosoprano en el Rock con “The Mamas and the Papas”. Se piró asfixiada por un sándwich. Allard Lowenstein, representante del quinto distrito de New York durante la época y único cabildero que apoyó el evento; posteriormente saltó a la fama al denunciar con los pelos de la burra el complot que mató a Bobby Kennedy y, obvio, fue asesinado. Este político modelo o modelo de político, al lado de los superhéroes JFK, RK, MLK, MX y por supuesto Ché, son los nombres en rigor políticos del listado del final de Woodstock, la película. Los demás, los supremos hechiceros de la mutación.

 

Las cuatro J’s: Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, John Lennon (¿alguna

duda?). Abbie Hoffman no fue músico, pero en el aire las compuso y le dio

poética política a la naciente contracultura. Don Max Yasgur, “the farmer”,

simplemente prestó el terreno, enemistándose con los demás farmers hasta

que éstos se dieron color del tamaño del fenómeno. Y por supuesto Uncle

Bobo, el magazo Bill Graham, el que paró el centro de San Francisco para que

en el ’68 el Grateful Dead llenara las calles hasta Haight Ashbury y hasta el

Golden Gate Park con su psicodelia musical. El fundador de los Winterland del

propio SFO y el de NYC, iconos de las salas de conciertos de Rock, cuando mil

gentes eran multitud.

 

No faltan en la lista seudobituaria Paul Butterfield, primero en llevar el

ensamble de metales del blues al psycho sound del momento; Pigpen, primer

tecladista del Grateful Dead, motocicletazo; Tim Hardin, embajador del

Greenwich Village en el concierto, se fue de un pasón de Tecate en el ’80;

Richard Manuel, miembro de pie toda la historia de The Band -brujos que

dominaron al Folk para dar vía al Rock de Dylan-, murió como la carta 12 del Tarot, pero al revés; Alan C. Wilson -el búho- y Bob Hite -el oso-, ambos del Canned Heat, igual en la pachequez y, para gloria de The Who, el General Keith Moon.

 

Nótese que aunque la edición del listado es 1994, ni por asomo aparecen los punks, los grunges ni los poperos, todos con su también riguroso obituario por locos y también en la transición de siglo.

 

Enseguida, los post créditos del primer documental contracultural que ha ganado el Oscar muestran otra lista, ahora de cualidades, que fácilmente han quedado para la historia como sinónimo de una cultura diferente por completo a la de apenas media década antes. De ese último listado, es posible un mini recuento del tan cacareado “legado” de aquel agosto del 15 al 18 hace cincuenta años. Va la lista:

 

PAZ

 

“Peace is a stream

From the heart of a man

Peace is a man, whose breath

Is the dawn

Peace is a dawn

On a day without end

Peace is the end, like death

Of the war”

– Sinfield/Fripp “King Crimson”.

 

 MUSICA

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La Dirección Intelectual y Cultural de la sociedad en su conjunto, tiene que convivir con las relaciones de poder -la dimensión política de la estructura social-, y por supuesto con la dimensión económica. La gran tragedia es cuando lo cultural y lo político se ven sometidos a la economización de la existencia: tal es el mentado neoliberalismo, hoy en caída libre como lo muestra la guerra imperial con China.

 

Cuando en el film documental del “Festival 3 días de Paz y Música” se le pregunta al líder organizador sobre cuál era (sucedía al momento de la entrevista) el mayor problema al que se enfrentaba, su lacónica respuesta marco su mutis de la escena: LO POLÍTICO. Nada de broncas económicas, pérdida total de la inversión que 50 años después seguramente ha exponenciado su ahora rendimiento. Y muy por el contrario, entonces, al tema del Rock y sus conciertos ya domesticados o que mejor de plano no se hagan, la MUTACIÓN CULTURAL detonada ya ha sido apropiada casi por completo por la especie humana.


En la versión dvd de 1994, conmemorativa de los 25 de Woodstock, además de venderla como el Director’s Cut, parece que el documental inaugura los hoy tan en boga post créditos. Pero esa primicia tuvo un extraño carácter de obituario en combo con la pachanga eterna. Tras el still final de la multitud, los créditos que corren son de los personajes fallecidos hasta el momento y a quienes Michael Lang -el ángel mutante, líder del fenómeno- decidió reconocer. Hoy, la lista de santos muertitos en aras de la Paz y la

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“En India me preguntan qué pasa en America, y les respondo que se están juntando sus dos partes. America ha ayudado al mundo en lo material; ahora es momento de que lo haga en lo espiritual”

- Swami Satchidananda, ante el público de la granja Yasgur.

 

Corte, y a escena el Sha Na Na. Aquí Michel Wadleigh, el realizador del doc. se va a la yugular de un sistema qué pasó de la barbarie a la civilización sin tocar la cultura. El rock, con minúscula, greaser vertiente del rocanrol, mostrado con la música de los además showmen, es simiente pero ni de lejos cosecha del Rock.


 La espiritualidad está por otro lado: en los secuestros masivos y trata de esclavos africanos; en la imposición de la terrible pizca como el trabajo

esclavo específico por racismo ( aguantan más); en la resignación mezclada con la natural alegría de su natal continente…y al mismo tiempo, el lamento de la inmigración, forzada más por MIEDO que por interés: perseguidos en sus propias tierras, irlandeses y puritanos ingleses, por lo menos, trajeron su tragedia a America y la contaron a través de la balada country. Pero es proverbial el carácter desmadroso de los irlandeses y rápido convirtieron la polca europea en el patín ranchero que sólo el Rock, en su afán comunitario, le permitiría entrar a la naciente cultura Pop.

 

En la comunidad afro le llamaron “Blues” y se extendió a Europa de tal modo que Londres competía con NYC por la calidad de la cachondisima música. En la campiña inglesa, evocaciones célticas o de plano de origen druida se alimentaban de los melodiosos sonidos del pastoreo y los británicos tuvieron su country. Así que por donde se le busque: el Rock que se hizo planetario (globalizado, inventaron el Fukuyama y el peor Huntington) en Woodstock es la fusión del Blues y el country anglosajón…Pero eso ya se sabía desde los tiempos de Alan Freed…

 

La importancia musical del Festival fue que llegaron nuevos cantos, nuevas armonías, diferentes ritmos, poesías improvisadas, o puestas al día de los eternos.

De entrada los juglares de Norteamérica, los simples tras las huellas de Whitman y

Thoreau; los complejos On the road con Kerouac et.al.; los muy locos, saltando de

Shakespeare a Huxley, de Shelley a Rimbaud y a Ginsberg y de ahí a Timothy Leary. Y ahí

si la mentada espiritualidad de America confesó sus raíces, curiosamente semejantes a

las del Swami: India y sus vibraciones. De ahí las “vibras” tan incorporadas al habla

ordinaria hace buen rato.

 

Pero los negros también habían avanzado, y del lamento que sólo se alegraba a ritmo de

Gospel (otro ingrediente del rocanrol) y ahora, en pleno triunfo del movimiento pro

Derechos Civiles (obviamente racial-incluyentes) se superaban a sí mismos -al tiempo

del rocanrol a la Elvis los simpáticos coloreados la daban al rythm & blues- y daban

espacio a lo que la plebe denominó “Soul” y hasta la fecha ahí los quiero ver…

 

Por si la africaniza no bastara, la media millonada de chav@s en Woodstock descubrieron

-literal, como se dice- el poder del salvaje ritmo comunitario. Es la famosa secuencia del

“No rain, no rain !”  y la improvisada batucada con palos y fierros, al menos una centena

de mil gargantas berreando a ritmo y las carreras en el lodo. Acto seguido el

encueradero en el rio. Lo que estuvo prohibido de ver en México hasta entrados los

ochentas. Siempre mucho muy tarde…

 

Y faltaba más: el Rock había llegado a muy buen tiempo a México, pero los carniceros de

Tlatelolco lo aplastaron de inmediato y a correr al gabacho. Así llegó a San Francisco, procedente de Autlán, Carlos Santana, congalero de formación, cuyo ritmo enloqueció y prendió otra chispa, ahora Latina, a la gesta erótica que fueron los primeros años del Rock y de su actual hegemonía, manifestada, registrada, conservada y de hecho vigente de Woodstock 1969.

 

En breve, más valores sembrados en aquel ’69…

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