El que debió ser un bonus disc y que acabó cobrándose como nuevecito, reúne según eso la totalidad de las rolas creadas durante el viaje que significó “Egypt Station”. Van desde las grabadas en estudio, donde destaca la versión larga del hit original de “Egypt…”, la sorprendente 'Get Enough', hasta shows en vivo capturados en conciertos de lo que va del año en Abbey Road Studios, en la aún viva y emblemática The Cavern y hasta en Grand Central Station.
LA PERRA HA VUELTO
“¿Cómo fue tu infancia, Elton?”, pregunta Sebastian Rich en la introducción al Soundtrack Original de “Rocketman”, el cacareado biopic de Sir Elton John quien responde, en voz de Taron Egerton, con chicas del coro y todo:
I was justified when I was five
Raisin' Cain, I spit in your eye
Times are changin' now the poor get fat
De hecho, la película arranca con la llegada de su protagonista a una reunión de alcohólicos anónimos que servirá como hilo conductor para repasar diferentes etapas de su vida. Sin embargo, son las canciones las que sirven para hacer avanzar la trama en lugar de servir como un hecho aislado más o menos memorable. El primer súper número musical, “Saturday night is allright for fighting”, resulta ambientado en un pub victoriano, y no en las entonces nacientes discotheques o de plano en las calles, como lo muestra el cover que a la rola le hicieron The Who.
Y es que Rocketman se aleja mucho de los mejores biopics de artistas musicales de la historia del cine: Bird (1988), sobre Charlie Parker; Last Days (2005), sobre Kurt Cobain; I’m Not There (2007), acerca de Bob Dylan; Control (2007), la vida y muerte de Ian Curtis (Joy Division); The Runaways
TENIS, CINE & ROCK AND ROLL
Página del Oscarito, para leer sin prisa.
FINALES WTA, LO QUE QUEDA DE LO QUE FUE: MUCHO DINERO.
Oscar Rodríguez Gómez
Desde el domingo 3 de noviembre de 2019, una don nadie australiana tiene 4,4 millones de dólares (3,9 de euros) más en su cuenta bancaria. No importa que juegue como hombre. Ashleigh Barty, nacida en Ipswich, costa este australiana, venció a la campeona defensora, la ucraniana Elina Svitolina (64 y 63) en la final de la Copa de Maestras disputada en Shenzhen, China, y se adjudicó el cheque más elevado de la historia de su deporte. Nunca antes un tenista, ni hombre ni mujer, se había embolsado un premio de tanta magnitud.
El problema que esa definición genera va mucho más allá de lo deportivo. El
mismísimo vocero de la alta burguesía hispanoparlante del mundo, El Pais, sin
ningún otro diario especializado en tenis haciéndole segunda, consigna en su
lead:
“(Barty está) muy alejada de la tendencia fisionómica y de juego que preside
el circuito femenino en los últimos años, en los que han ido imponiéndose las
pegadoras de más de 1,80 m. Ella alcanza el 1,66, con un largo recorrido por
delante, pero más allá del mundillo de la raqueta apenas se le conoce”.
Más claro, imposible. Si Belinda Bencic y Kiki Bertens ofrendaron lo mejor de
sí para impedir que la aritmética colocase a la anómala Serena Williams en el
podio de Finals WTA; si la inestabilidad congénita de Naomi Osaka la llevó al chillido (otra vez) y el retiro del torneo; si Simona Halep ya acusa síntomas de veteranía etc. y si cada día se comprueba la inutilidad de las millennials en tenis de clase mundial por su inmediatez y hedonismo inculcado y mantenido, este año era vital para consolidar la IMAGEN de la mujer que lucha -también muy de moda con #meToo etc.- y más tratándose del deporte rey. Único por la configuración individual de sus Pros y la belleza de las deportistas más respetadas de TODO el deporte. Ni Williams la menor (recuérdese nomás US Open 2018) ni mucho menos la machetona Barty reúnen esos requisitos.
¡Ah, muy bien, pero a ver, gánenles! dicen los abotonados de ITF y los reporteros controlados por las mafias federativas.
Pero una vez perdida la batalla y condenada WTA a tener todo un año a la chaparrita de representante, obliga a recurrir a la cuestión del dineral que la patizambita se llevó, sin que nadie la conozca fuera de planeta tenis. Y para los fans socialitos, a lo peor ni ellos.
Obviamente después vino la expulsión de ambas y la firme disidencia. Fue el momento de “La Batalla de los sexos”, la histórica exhibición entre King y el campeón retirado Bobby Briggs, de 55 años, quien perdió. El suceso quedó cuasi archivado hasta que fue llevado al cine hace dos años por (curioso) la pareja de realizadores en la vida real Jonathan Dayton y Valerie Farris– luego de años y años de reivindicaciones para lograr la igualdad salarial.
En 2007 se produjo otro punto de giro en la lucha. Ese año, Wimbledon decidió equiparar la recompensa para hombres y mujeres después de años de reticencias y negativas. Siguió así la estela de los otros tres Grand Slams. Este 2019, el Open de Australia concedió 3,6 millones de euros al ganador masculino y otros tantos a la femenina; Roland Garros premió con 2,3 a ambos; Wimbledon fijó el botín en 2,6; y el US Open de Nueva York en 3,4 millones.
Puro dinero. Eso es lo que hizo Barty, sin perfil mediático y con una retorcida historia a sus espaldas, puesto que hace solo cinco años estuvo muy cerca de renunciar a la raqueta y apostar por el críquet. Hace dos no figuraba ni entre las 200 mejores del circuito y este curso comenzó en el sitio 15 del ranking y acabó en la cima. Puro esfuerzo “físico y mental”. Cero arte. Pies en tierra sin el mínimo dejo de magia.
Y es que desde la foto del recuerdo se temía que la cultura del esfuerzo
(Halep, Osaka, Barty) superara a la de la voluntad de poder y el arte que sólo
la sexualidad femenina bien repartida posee. Y así resultó. Y sin la Williams.
Compárese -con menos mala leche que la del mentado Kramer- la imagen
del Top 8 de este año con el de 2014, el último año de las leyendas, cuando
estaban todas en sus buenos jugos. O con las imágenes de las Finals WTA en
Los Ángeles 2004, cuando Maria Sharapova, en su segunda humillación al
hilo sobre la bestia negra, trofeo en mano, dijo al mundo: “No se ven muchas
chicas de 17 años ganando Grand Slams por ahí”…ni Maestras de Maestras
mucho menos de esa edad (Coquito, ahí te hablan).
Al final, por lo menos en lo metalizado, es el tenis el uso de la kinética que mejor expresa que la brecha entre mujeres y hombres es menor.
Para quienes no las reconozcan, en la gráfica que adorna este artículo -cinco años después de tomada- están por la izquierda Caroline Wozniacki, Maestra 2017; Agnieszka Radwanska, Maestra 2015; Petra Kvitova, Maestra 2011 y cliente constante, hasta el momento, de las Finals; Serena Williams, ganadora en 2009 y de 2012 a 2014; Maria Sharapova, la ganadora de Wimbledon, Finals y US Open antes de los 19 años; Ana Ivanovic, (para muchos, la mujer más hermosa del mundo. Así le dijo Trump a Tomislav Nikolić, presidente de Serbia en 2016), campeona de Roland Garros y Uno del mundo en 2008; Eugenie Bouchard, de entonces 20 añitos, millones de su familia, cuerpazo precoz y tenis muy de clase, pero que resultó de cascos ligeros; y finalmente, colada como la magnifica hormiga atómica que es, Simona Halep presume pierna.
Ahora, la foto en Shenzhen expresa la paridad actual en el tenis, pero lo aleja de la dimensión simbólica, la que se queda en el cerebro, de una disciplina donde la estética rige la totalidad del desempeño final.
Esto de los dineros queda subrayado de la lucha que viene de lejos y que remite a pioneras como la estadounidense Billie Jean King, icono feminista en el circuito: la mujer que encabezó el levantamiento de las jugadoras en 1970, cuando se profesionalizó el tenis. Fue el sátrapa Jack Kramer, mandamás del embrión de USTA, quien -con la peor leche posible- propulsó el “Pacific-Southwest Championship” en California, proponiendo una bolsa económica de 12, 500 dólares para los hombres y 1,500 para las mujeres. Nueve jugadoras, con Gladys Heldman y Billy Jean al frente, y bajo el riesgo de no poder competir en los Grand Slams, reviraron con la organización del “Virginia Slims Invitational”, donde jugarían por la simbólica cantidad de un dólar. Ahí nació la resistencia.