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WOODSTOCK 1969, LA PELÍCULA PROHIBIDA.

Oscar Rodríguez Gómez

Único en su género, lo que le dio el Oscar 1970 al mejor documental y dos nominaciones, en edición y sonido -además de presentar al dueto director-montajista más importante del resto del siglo, Martín Scorsese y Thelma Schoonmaker-, “Woodstock, 3 Days of Peace & Music” no es uno más de esos documentales históricos armados como una yuxtaposición de diferentes momentos. La fascinación que genera fue producto del significado profundo de aquel recital de 1969; con una figuración casi directa de los acontecimientos que ocurrían a nivel internacional, de las luchas juveniles que acontecían en otras partes del mundo y por las que aquellas más de 500.000 personas estaban reunidas. Se esperaban 60 mil personas, pero todo desbordó. Lejos de ser una sumatoria de momentos era una continuidad única que encantaba con cada nueva entrevista y con cada artista que se lanzaba al escenario a tocar.

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En México, agonizaba la era del carnicerito de Tlatelolco para inaugurar la orgullosa pertenencia mexica al tercermundismo del Halcón asesino. LEA fue acusado por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado -creada por un chivo en cristalería del partido de los mochilas-, de fraguar junto a GDO la masacre del 2 de octubre de 1968 y la desaparición forzada de personas y disidentes en el contexto de la Guerra sucia en México, por lo que LEA se convirtió en el primer y único presidente mexicano en recibir dos órdenes de aprehensión por presunto genocidio, cumplir una prisión domiciliaria y finalmente ser absuelto de toda responsabilidad en 2009.

 

Estaba muy difícil, incluso para los capitalinos -en provincia ni soñarlo- que la grandiosa obra documental con que abría la década de los setenta se mostrara a la gente. Nunca se pensó que la prohibición expresa, como la corrupción, fuese transexenal. Ya era 1979 y eran tales las atrocidades del JOLOPO que el estreno de Woodstock, la película, desenlatada sin ruido, fuera tan desapercibida como el poder siempre quizo. Más bien la juventud mexicana se enteró de la gesta musical y erótica mediante al álbum vinil triple, circulante desde diez años antes. La contracultura de las flores había desaparecido y el New Wave -con sus punks y mods reciclados- desdeñaba la domesticación, al menos comercial, de la época más divertida de la humanidad.

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Durante el verano de Woodstock, Michael Wadleigh, de 27 años, se había ganado una sólida reputación como camarógrafo y director de cine independiente, empleando música Rock en sus pelis para resaltar la agitación política y cultural de la época. Son reconocidos su biopic de Martín Luther King y el documental de la confrontación entre Robert Kennedy y George McGovern que desembocó en Chicago ’68.

 

La documentación del Rock en ese tiempo no tenía la menor importancia. D.A. Pennebaker exhibía su “Monterey Pop” en salas de arte y “Easy Rider”, de Dennis Hopper, ya sufría también la censura oficial. El cine vinculado al Rock tenía cerradas las puertas del mercado y nadie trabajaría de grapa. Woodstock Ventures quedaba incapacitada para que los grandes estudios se interesaran por filmar su epopeya por venir. Pero Wadleigh fue fácilmente convencido, por la trascendencia política y cultural que vislumbró y de entrada sacó 50,000 dólares de su bolsa, compartió la idea con su equipo de trabajo, cuya batería golpeteaba un joven Martín Scorsese y ocuparon Bethel, pueblo contiguo a White Lake, donde la Max Yasgur Farm. Finalmente el equipo acabaría durmiendo bajo el escenario los tres días de concierto.

Sin embargo, no todo fue tan sencillo. El pueblo de Bethel lanzaba: “No compren leche. Detengan el festival musical hippie de Max”. El Condado de Sullivan declaró estado de emergencia, aunque los comerciantes hicieron un buen negocio alimentando a los jóvenes. En la mañana del domingo, el gobernador Nelson Rockefeller llamó a los organizadores del

 

festival y les dijo que estaba pensando en ordenar el envío de 10 mil tropas de la Guardia Nacional del Estado de Nueva York, aunque se abstuvo de hacerlo.

 

El Daily News decía en sus titulares: “Hippies sumidos en un mar de lodo”, como expresión de la campaña de los medios contra el festival, aunque por la queja de los padres de los jóvenes los reportajes se hicieron más positivos al llegar la cierre del festival, llegando al punto de que la revista Time lo definió como el "mayor acontecimiento pacífico de la historia".

 

El trabajo de Wadleigh se concentró tanto en el sentir del esplendor de la contracultura hippie como enla música que la representaba. Por eso tantas historias personales en contrapunto con los números musicales en el acabado del film. Con el empleo del wide screen y el split screen, con lo último en sonido stereo, Wadleigh pone al espectador al centro del medio millón de asistentes durante las tres horas de proyección original del documental. Nunca más el cine de Rock sería marginado.

 

Quedaron plasmados para siempre los rostros cansados de quienes

se sentaron en las 600 hectáreas decampo de Max Yasgur después

de estar acampando varios días allí, aguantando lluvia, frío, calor y

la pérdida de comodidades que garantiza la ciudad, lo que no les

quitaba el júbilo ni la sonrisa. Quizás fuera la marihuana o el LSD, o

tal vez lo generaba la libertad de estar desnudos, aceptar sus

cuerpos taly como eran ante el resto de las miradas, el sexo, la paz

expresada de contra la Guerra de Vietnam y elsentimiento de

comunidad que se generaba casi como un apéndice desprendido

del Mayo Francés, aunque lo más probable haya sido la mezcla de

todo eso imbuido con la música popular de los artistas que tocaron

como articulación de aquella generación.

 

La composición heterogénea del recital, entre los que primaban los

jóvenes estudiantes, expresaba también las contradicciones políticas

del momento, aunque se sintieran como una familia. Allí había

expresiones de “amor libre” y por otro lado propuestas de matrimonio desde los parlantes. Cuando las Fuerzas Aéreas enviaron asistencia al festival, algunos de los que pasaron a tomar el micrófono daban esperanzas sobre lo bueno que a veces podría llegar a ser el ejército: “Están con nosotros, no contra nosotros”. Aunque era el mismo ejército el que se lanzaba a atacar Vietnam, lo que la mayoría del público repudiaba, expresado en los aplausos y el coro ante el tema de Country Joe McDonald, que dice, irónicamente: “Vamos, madres de la región. Empaquen a sus chicos hacia Vietnam. Vamos, padres, y no duden en enviar antes de que sea muy tarde. Pueden ser los primeros en su cuadra en tener a sus hijos devueltos en una caja”.

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Por debajo del escenario, discusiones sobre las drogas, la revolución, el poder, el dinero. Se lanza la pregunta en una de las entrevistas acerca de por qué va la gente al recital: ¿Solo por la música? ¿Es tan importante la música? Y rápidamente se responde a sí mismo: “no”. Sin embargo, es de destacar que en la música se podía ver algo de lo que sucedía en el mundo a nivel internacional. “La música siempre ha sido un gran medio de comunicación. Aunque ahora las letras y el tipo de música se involucran más en la sociedad que antes” se escucha en el documental.

 

Finalmente, aunque se decía que el Festival “no tiene que ver con el dinero ni con cosas materiales”, la gratuidad del mismo fue posterior, producto del desborde de gente con la que se encontraron los organizadores, aunque ellos expusieran que lo hicieron para el bienestar de la gente, que era “muchísimo más importante” que el dinero, al igual que la música. Los jóvenes, tiraron abajo las vallas. El ticket para tres días costaba 18 dólares de anticipada y 24 en puerta (hoy serían más de cien dólares, nada barato).

 

Lo mismo pasó con los artistas, todos cobraron por tocar: por dar un ejemplo, Jimi Hendrix cobró 30 mil, y Creedence Clearwater Revival, quien fue el primero en firmar contrato para el evento, accedió por 10 mil dólares. De todas formas, los organizadores no sabían si los beneficios serían iguales a los gastos (fueron 2 millones de dólares aproximadamente), y sólo fue recuperado después con las ventas del documental.

Aquello fue el comienzo, como dijeron y filmaron en el escenario, “de ser capaces de ver esta cultura y esta generación separada de la vieja cultura y de generaciones anteriores. Ver cómo funciona por su cuenta. Sin policías, sin armas, sin palos, sin rollos. Todos colaboran y se ayudan entre sí, y funciona. No ha habido policía. No ha habido problemas. Si miran las estadísticas verán que esta gente, más de 500 mil personas, han vivido juntos en paz, amándose, queriéndose, necesitándose y deseando tener esta experiencia”. Así nació “la generación de Woodstock”, y ahí está la película para demostrarlo.

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