El que debió ser un bonus disc y que acabó cobrándose como nuevecito, reúne según eso la totalidad de las rolas creadas durante el viaje que significó “Egypt Station”. Van desde las grabadas en estudio, donde destaca la versión larga del hit original de “Egypt…”, la sorprendente 'Get Enough', hasta shows en vivo capturados en conciertos de lo que va del año en Abbey Road Studios, en la aún viva y emblemática The Cavern y hasta en Grand Central Station.
LA PERRA HA VUELTO
“¿Cómo fue tu infancia, Elton?”, pregunta Sebastian Rich en la introducción al Soundtrack Original de “Rocketman”, el cacareado biopic de Sir Elton John quien responde, en voz de Taron Egerton, con chicas del coro y todo:
I was justified when I was five
Raisin' Cain, I spit in your eye
Times are changin' now the poor get fat
De hecho, la película arranca con la llegada de su protagonista a una reunión de alcohólicos anónimos que servirá como hilo conductor para repasar diferentes etapas de su vida. Sin embargo, son las canciones las que sirven para hacer avanzar la trama en lugar de servir como un hecho aislado más o menos memorable. El primer súper número musical, “Saturday night is allright for fighting”, resulta ambientado en un pub victoriano, y no en las entonces nacientes discotheques o de plano en las calles, como lo muestra el cover que a la rola le hicieron The Who.
Y es que Rocketman se aleja mucho de los mejores biopics de artistas musicales de la historia del cine: Bird (1988), sobre Charlie Parker; Last Days (2005), sobre Kurt Cobain; I’m Not There (2007), acerca de Bob Dylan; Control (2007), la vida y muerte de Ian Curtis (Joy Division); The Runaways
TENIS, CINE & ROCK AND ROLL
Página del Oscarito, para leer sin prisa.
PROPAGANDA Y OBJETIVIDAD.
John Ackerman RT
Nunca falta quien acuse a los académicos y los periodistas comprometidos con la justicia y el cambio social de ser “activistas” o “propagandistas”, y por ese motivo de alguna manera inferiores a los verdaderos analistas o escritores “objetivos”.
Una de las columnas vertebrales de la ideología (neo) liberal dominante desde hace décadas en nuestro país ha sido precisamente el establecimiento de una separación radical entre el objeto y el sujeto. Para ser un buen académico o periodista supuestamente hay que ser “objetivo”. Y para ser un buen ciudadano uno debe sobre todo cuidar y expresar su “subjetividad” de manera individualizada.
Pero la objetividad no existe. Nuestras percepciones del mundo son
resultado de una construcción mental siempre pre y sobre-determinada
por nuestra intensa y profunda historia, sociedad, lenguaje, ideología,
experiencias y sicología. Es simplemente imposible escaparnos de
nuestra envoltura para percibir al mundo desde “fuera” en su estado
“natural” u originario.
Nadie lo ha hecho jamás. Ni los científicos más brillantes y capaces, ni los
chamanes, poetas o curas más inspirados han logrado percibir al mundo
de manera plenamente independiente y autónoma.
Pero tampoco existe la subjetividad. Nuestro “yo” es apenas el resultado, un efecto, un epifenómeno que surge a partir de una conjunción de fuerzas, contextos e historias fuera de nuestro control. Nuestra voluntad es siempre relativa, nunca absoluta u originaria. Nuestros pensamientos jamás son plenamente originales, sino apenas síntesis y mezclas innovadoras, o no tanto, de ideas ya en circulación.
El lenguaje es el gran determinante de la subjetividad. Es imposible pensar, o siquiera existir como ser humano, sin nadar en este mar de sentidos y significados producidos por siglos de acciones y comunicaciones colectivas.
Pero en lugar de abrazar la intensa complejidad del posicionamiento del humano en el mundo, la ideología (neo) liberal prefiere simplificar y reducir la realidad. Precisamente aquello de que los (neo) liberales acusan a los “populistas”, de simplificar la acción política entre “buenos” y “malos”, es lo que hacen los neoliberales al separar de manera radical y superficial el sujeto y el objeto, la justicia y el derecho, la ciencia y las humanidades, la reflexión y la acción.
El trasfondo político de esta lógica es transparente. Se busca separar el ser humano simultáneamente tanto de sus compromisos éticos como de sus vínculos sociales. El dogma dominante durante las últimas tres
décadas dice que hay que analizar la realidad de manera seca, desinteresada y sin preocuparnos por las implicaciones sociales o políticas de nuestras investigaciones. Simultáneamente, nuestras acciones deben desplegarse estrictamente en función de nuestros propósitos individuales, sin mayor reparo en los intereses colectivos o generales.
Desde esta perspectiva, tanto el “periodismo militante” como la acción colectiva serían vestigios de una época pasada supuestamente autoritaria y oscurantista. Y cualquier académico o periodista que se atreva a defender abiertamente una causa social o participar directamente en algún movimiento social es descalificado inmediatamente por ser un supuesto “propagandista” o “activista”.
En cierto sentido tienen razón, pero por las razones equivocadas. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la “propaganda” como “acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores”.
La propaganda es entonces similar a la tecnología. No es bueno o malo
en sí, sino depende de los fines para los cuales se utiliza.
La tecnología de combustión nuclear puede servir para generar
electricidad o para crear bombas altamente letales. Y la propaganda
puede servir para legitimar un régimen fascista o neoliberal o, en su
caso, para reclutar nuevos integrantes a una causa social comprometida
con la justicia y la paz.
Así que hacer “propaganda” a favor de la profunda transformación de la
patria no es una traición a los principios de la academia o el periodismo,
sino todo lo contrario. México necesita cada vez más y mejores propagandistas y activistas, y menos analistas cómplices y ciudadanos pasivos.
En lugar de vivir con una eterna sensación de frustración por nuestra incapacidad de poder alcanzar a ver el mundo de manera “objetiva” o gozar plenamente de nuestra “subjetividad” pura e individualizada, la mejor solución es entregarnos en cuerpo y alma a la supuesta “imperfección” del estado real de las cosas y preguntarnos todos los días de qué manera podemos pensar y actuar de la manera más estratégica para ayudar a mover, aunque sea un poco, el estado de las cosas hacia un horizonte más justo y feliz..
Liberémonos del yugo y las ataduras de la ideología (neo) liberal. Abracemos la experiencia sublime del compromiso social y la convicción humanitaria.