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CRÓNICA DE UN BUEN INTENTO ANUNCIADO: LOS CHICUAROTES DE GAEL.

Oscar Rodríguez Gómez
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originario de la zona chicuarota, a decir de Gael “está bien escrito”. Augusto tomó un curso de guionismo en el Centro de Capacitación Cinematográfica y, según él mismo cuenta, de inmediato comenzó a escribir sketches para la primera temporada de una porqueria televisiva, “La familia p. Luche”, donde colaboró por espacio de dos años, luego de los cuales siguió escribiendo para televisión.

 

En materia cinematográfica, además del de “Chicuarotes”, Mendoza es autor de los guiones que sirvieron como base para la maravillosa “El Santos contra la Tetona Mendoza” (Alejandro Lozano, 2012), así como los dos largoficciones dirigidos por Diego Luna: “Mr. Pig” (2016) y “Abel” (2010). Esta trayectoria profesional arroja buenas luces para diseccionar la naturaleza y características del guión de “Chicuarotes”: el primero de los filmes mencionados –El Santos contra la Tetona- no requirió la creación de personajes, que ya estaban más que establecidos muchos años antes, de modo que a Mendoza sólo le correspondió estructurar la trama.

 

Mendoza sostiene que la de “Chicuarotes” no es una historia que haya

cambiado gran cosa desde entonces, y más: que el guión es “muy, muy

personal”. Eso demostraría, por un lado, que para lograr una historia eficiente

cinematográficamente no basta con escribir desde las entrañas, pues por

mucho que una ficción tenga como sustento la realidad experimentada en

carne propia –y con mayor razón en tal caso—, resulta menester deshacerse

de lo que un enorme poeta llamaba “la babosa emoción”.

 

Eso último es lo que no sucedió en “Chicuarotes”: según las primeras criticas

se trata de “trazos tan de brocha gorda en un argumento traicionado en su

sencillez y elementalidad –pareja de amigos buscan cambiar su situación

precaria por medios punibles, con resultados catastróficos—, desembocaron en un tremendismo indisfrazable, como quiere el realizador del filme, de “tragedia griega”, la cual ni en cuenta.

 

No hay sino una colección de situaciones dramáticas -de desbarrancadas a melodramáticas-, una galería de personajes que de tanto que se quisieron arquetípicos acabaron en estereotípicos: el patiño tierno y solidario, el gay de clóset, el padre alcohólico y violento, la noviecita comparsa, el malo-sin-matices y, en conjunto, los lúmpen condenados al eterno retorno de su desgracia.

 

La cámara de Juan Pablo Ramírez coincide con el proceso de armado del film. Dice Gael: “planeamos los movimientos de cámara armando un poco el panorama. Usamos lentes amplios, nunca telefoto, siempre fueron lentes abiertas; nos acercábamos mucho y a veces no. Le da lo que quería darle, no quiero hacer trampa, le da una calidad porque es un universo particular. Porque la película tiene un lenguaje particular. Cómo van cambiando los ritmos de movimientos de cámara para lograr economía de planos, aunque no tiene muchos pero algunos son muy largos. La edición ayuda un montón porque va contando la historia rápido”.

Es por ello que una parte fundamental de la cinta son las actuaciones de un elenco que se vio forzado a trabajar múltiples tonalidades y a tratar de entender personajes complejos con los que es difícil generar empatía. En este sentido, el elenco joven encabezado por Benny Emmanuel, Gabriel Carbajal y Leidi Gutiérrez, encuentra el modo de cargar con la trama, con el apoyo de actores experimentados como Dolores Heredia y Daniel Giménez Cacho, que en conjunto logran un interesante balance, siendo quizás uno de los  mayores aciertos de la película.


Sin tener que realizar investigación de campo, el guión de Augusto Mendoza, 

Esta mañana de jueves 11 de julio, los tabloides de Hollywood anunciaron el retiro de Brad Pitt. El rorro de 55 años ha decidido dejar el cine…delante de la cámara. En adelante será realizador (ya es súper productor) y “Erase una vez… en Hollywood”, de Quentin Tarantino, es su canto de cisne en pantalla y adiós suspiros de treintonas y más. La tibia recepción del segundo largometraje del mexicano Gael García Bernal, que anula de porrazo a su tímida “Déficit” (2007), insistente y superficial sobre la por la iglesia católica negada lucha de clases en México, lleva a la reflexión acerca de si los grandes actores han de plantarse como sólo ellos saben ante la cámara, o como Pitt y Gael incursionar en la dirección sin background en el oficio.

 

La encrucijada del México actual, con o sin PRI o 4T, enmarcada en la falta de expectativas para el más amplio sector de la población joven, la violencia y la desigualdad, son los ingredientes con los que Gael García Bernal intenta con “Chicuarotes” una película difícil y sin concesiones. Una tragedia al mejor estilo del género, de excesivo y precoz aviso de que no hay modo de que termine con final feliz.

 

No faltan, de bote pronto, los comentaristas (¿alguien conoce un crítico

genuino?) que al instante semejan el buen intento del mexicano con “Los

Olvidados” de Buñuel, hoy icono común y corriente de la cultura Pop. Nada

más cerril que decir que en Buñuel se inspiró Gael para su gentilicio de San

Gregorio Atlapulco, delegación Xochimilco, donde hasta los ajolotes mueren

en sus infectos otrora venecianos canales (tampoco nada que ver con el

cuento “Axolotl” de Julio Cortázar). Lo que sí inquieta es que, olvidándose de

“Los olvidados” el cine mexicano del siglo XXI, alegando (híper) realismo,

abunde en historias de pobres que acaban de criminales. En México, no es que

el cine se ocupe de un solo asunto, es que la violencia es la terrible situación

que no se ha podido superar como sociedad.

 

A dos meses de su aristocrático estreno en Cannes (primero los pobres, si) Gael García narró en la presentación de la película en Xochimilco hace una semana, cómo en medio de la filmación el pueblo fue uno de los más afectados por el terremoto de 2017 y la necesidad de ayuda se hizo apremiante debido a las carencias que ya existían en la zona. Diego Luna bramaba por todos los medios “¡Hay que pedir ayuda al exterior!”, mientras Gael metía las manos a sacar piedra y reconstruir sus locaciones -posible explicación de tanta escena en interiores-, infructuoso intento al final gracias al glorioso apoyo del Estado.

 

La sensación de que es un pueblo olvidado está presente de manera constante en la cinta. Autoridades corruptas, pandillas criminales y una muestra del concepto “estado fallido” en un pueblo que se hace justicia propia con linchamientos, son parte de la historia, aunque nada novedosa. Sin ir tan lejos, ahí está la detonación de Gael en “Amores Perros” (A. González Iñárritu, 2000) tan hiperrealista o más que estos “Chicuarotes”.

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Las imágenes chocan en un acto final cuando todo ya está desbordado y, sin embargo, en una última oportunidad, Gael logra mantener la tensión que necesita para el desenlace. Si no fuera por eso, poco interesaría entender la metáfora de los ajolotes, criaturas endémicas de Xochimilco que se transforman para poder salir del agua. Entonces uno comprende que el Cagalera, el Moloteco, quizá todo el pueblo de San Gregoria Atlapulco, haría lo que sea por salir del agua que les está llegando hasta las narices, infecciones incluidas.

 

“Chicuarotes” resume mucha de las búsquedas narrativas de los últimos años,

donde hubo un particular interés por ocuparse de realidades difíciles de asimilar y comprender. Es claro que en la situación actual, una cinta como esta no pasará desapercibida, aunque su mensaje pudiera ser interpretado de muchas maneras y quizás no en todos los casos sea bien recibido. Pero definitivamente, valió la pena el intento de García Bernal y hablar de esa terrible realidad que se normaliza diariamente y se pierde entre las historias de la gran ciudad.

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