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LA BELLEZA DE LA IMPROBABILIDAD DEL ÉXITO: “EDMOND” Y SU CYRANO. “ESCAFANDRA”, CORTOMETRAJE MEXICANO PREMIADO.

Oscar Rodríguez Gómez
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¿Sabe usted lo que es salir feliz del cine? Vaya a ver la función ¡doble! que el tour francés 2019 presenta hasta mediados de octubre, específicamente el largometraje “Edmond” (en todo Iberoamérica le denominan “Cyrano mon Amour”), ópera prima de Alexis Michalik. Al menos en la proyección local, el film se acompañó del corto “Escafandra” -instrumento de protección en un medioambiente adverso, según reza el epígrafe del prólogo-, del mexicano Roque Azcuaga, filmado enteramente en el cementerio de Père Lachaise, obviamente en Paris, donde transcurre la narrativa de “Edmond”.

 

Si se acepta que el concepto “cine americano” es un pleonasmo -Griffith,

Chaplin, Ford, Hawks, Kubrick (amerikekis todos) y demás lingüistas del arte

que a fin de cuentas le dieron su habla al medio-, es lugar común decir que

una buena película no es necesariamente la de un gran presupuesto, ni la que

cuenta con el mejor elenco, o con una buena puesta en escena o una gran

banda sonora. Una gran película es aquella que aleja al espectador de la

realidad, lo transporta, le saca varias sonrisas, lo sorprende y termina

recomendándola a todo el mundo.

 

Y el cine francés, convertido en artículo de lujo para la naquiza por su

particular lenguaje y sentido mucho más lógico que el gringo -todavía el

penúltimo quinto del siglo XX en México se incluía con regularidad todo cine europeo- parece haberse dado a la tarea de caerle bien a todos, aunque sea claudicar ante los maléficos programadores de las cadenas de salas.

 

“Cyrano mon amour”, una comedia dramática francesa escrita y dirigida por el actor franco – británico, Alexis Michalik, es una adaptación de su aclamada obra de teatro “Edmond” con la que obtuvo 7 nominaciones a los premios de teatro “Les Molières”, en 2017. A pesar de no estar basada en hechos reales sobre los que el poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand escribió “Cyrano de Bergerac”, la obra es un drama heroico en cinco actos y en verso; es una de la más importantes obras de la literatura gala y ha sido interpretada con varias versiones en el cine, el teatro y en la ópera. La cinta, EN SU FICCIÓN, puede fácilmente hacer creer a muchos de los espectadores que así fue cómo surgió la idea, la inspiración y la escritura de esta magistral obra.

Divertida, rápida, con un buen elenco, buena producción, fotografía y banda sonora, “Cyrano mon amour” ganó cuatro premios en el Sarlat Film Festival 2019.

En su primer film, Alexis Michalik cuenta cómo se escribió la obra de mayor éxito del teatro francés, basada a su vez, en la vida de otro célebre escritor y dramaturgo, Cyrano de Bergerac, circa 1655. En ella vemos al muy joven autor Edmond Rostand (Thomas Solivérès) que en 1897, con 29 años, muchas deudas, dos hijos y su fiel esposa Rosemonde Gérard (Alice de Lencquesaing) le encargan montar una obra a todo vapor para ganar algunos francos. Más por desesperación que por ganas, basó el encargo en aquel peculiar personaje.

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Al exponerse a “Edmond” –se insiste en el título original en francés– es difícil no recordar a “Shakespeare enamorado” (1998, John Madden sobre un guion de Tom Stoppard. 4 Oscares). La cinta también se arma de aquellos pasajes que hicieron que el agobiado autor contrarrestara el mal de la hoja en blanco. Una máscara de gran nariz colgada por ahí, una camisa sangrante por allá fueron detalles ínfimos que lo iluminaron para modelar su personaje. Pero como es usual, es una mujer la principal inspiración de una obra que se convirtió en esencial de los escenarios.

 

Es gracias a un emotivo enredo romántico que involucra a su bien parecido amigo

Leon (Tom Leeb), a una bella vestidora llamada Jeanne (Lucie Boujenah), y a él,

debatiéndose por mantenerse fiel a su esposa, que se conoce esta obra que sigue

viva tras siglos de su estreno. Incluso en versiones cinematográficas como aquella

en la que el mismo Constant Coquelin reescenifica el divertido duelo –fue actor

real que la protagonizó y que aquí es interpretado por Olivier Gourmet– o en

aquella  versión de 1991 protagonizada por Gerard Depardieu. Estamos hablando

de la obra de teatro de mayor éxito en Francia y su origen no pudo ser más

apresurado, presionado y terrenal. O al menos así lo cuenta el jovial Michalik.

 

Con una correcta recreación de la Belle Epoque en París, es un lujo ver el mundo del teatro de finales de sigo XIX, amenazada por la incipiente competencia del cinematógrafo: genial escena de la estupefacción de Edmond ante “La llegada del tren” de Lumiere y aparición fugaz de Melies en el ambiente bohemio, todo mientras en las tablas se sigue trabajando con las gruesas cuerdas para levantar telones y su iluminación a vela. Es divertido también comprobar que el oficio no ha cambiado desde entonces. Situaciones que ya vimos retratadas en cintas como “Tercera llamada” o “Los productores”, vuelven a aparecer.

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Los egos de las primeras actrices, los problemas de financiamiento, los que ganan papeles sin mérito alguno, la siempre azarosa relación con el público, nada ha cambiado. Todo ello resulta en una comedia que aunque no tiene más intenciones que hacer pasar un buen rato, sirve también para conocer un hecho histórico trascendental de las artes universales.

 

Es así como el director parisino Alexis Michalik presenta su ópera prima con gran éxito. De hecho, esta cinta es una curiosa historia dentro de la historia dentro de otra historia, -un sueño dentro de un sueño, dentro de un sueño (de Poe a Tarantino)- pues el mismo Alexis escribió y montó esta obra de teatro que se presentó con gran éxito en varias ciudades de Europa y que con el tiempo decidió adaptarla al cine. Debió ser dificilísimo para el realizador identificarse con Edmond, con sus nervios, su temor al fracaso, sus tentaciones y la fama.


El resultado es una película emotiva, que lo mismo enseña sobre lo improbable del éxito, como de la inspiración, la confianza en uno mismo y en el amor. Es también una bella muestra de cariño al teatro escrita por quienes, a través de los siglos, se inspiraron en él para seguirlo perpetuando. Sin embargo, ante todo tan bonito, no se asiste a una película “blanca”, como puede verse, -por ejemplo- el proceso del hijo de Coquelin, que va de un gordo menso,

consentido, temeroso y de pilón virgen, haciéndose hombre en las tablas y, a la hora de salir a escena, víctima de pánico, le basta un buen felatio por una corista para despojarse de su cobardía.

 

Como breviario cultural, va listado de las películas basadas en la obra de Edmond:

1900.- Como ya se expresó, el mismo actor de la Comedia Francesa, Constant Coquelin, se pone frente a cámara dirigido por Clement Maurice.

1923.- Pierre Magnier bajo las órdenes de Augusto Genina.

1946.- Bien sonorizada, la cinta la dirigió Fernand Rivers con un impecable Claude Dauphin.

1980.- Se apropia Hollywood de Cyrano en la deslumbrante figura de José Ferrer, dirigido por Michael Gordon.

1990.- Todopoderoso ya, el cine francés recupera el impacto original y, como ya también se señaló, sublima a Gérard Depardieu.

 

ESCAFANDRA

 

Como parte de la muestra francesa, la programación incluye cada función la

proyección de uno de 15 cortometrajes (lo que mejor les sale a los mexicanos),

mismos que durante la muestra compiten por la denominada “Palmita”. Hoy,

un jurado conformado por directores, críticos, distribuidores y actores ha elegido

ya cuál es el director mexicano en llevarse La Palmita 2019, que se entrega

anualmente al mejor corto participante.

 

El premio de La Palmita ha sido entregado desde el 2005, tiene como objetivo

apoyar la producción cinematográfica mexicana y se ha convertido en un impulso

a nivel nacional. El premio incluye un viaje para el director del corto ganador para

asistir como invitado al Festival Internacional de Cortometraje de Clermont-Ferrand.

 

El pasado 27 de agosto, se anunció a Roque Azcuaga como ganador a La Palmita 2019, por su corto “Escafandra”. “La historia narra la búsqueda de la tumba de un artista a quien admiro en el famoso cementerio en París Père-Lachaise. Es también una reflexión personal acerca del mito del laberinto y el cine”, dice Roque.

 

La verdad es que el joven cineasta, armado solamente con su iPhone 5, recorre el cementerio de los famosos (de Balzac a Chopin; de Cortázar a Jim Morrison) en búsqueda de un escape de “su minotauro” en el laberinto no de Creta sino de Père Lachaise. Su objetivo: la tumba y efigie de George Melies, el artista que Roque admira. ¿Y quien no? Mejor homenaje al cine que ver esta dupla de genialidades cuánticamente hermanadas – Edmond y Escafandra-, imposible.

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