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LOS CUEROS CALLARON. LAS BAQUETAS REPOSAN. ADIÓS, GINGER BAKER.

Oscar Rodríguez Gómez
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Pese a ser considerado el primer baterista superestrella del Rock, Peter Baker abominaba del género. “Odio el rock. En realidad ni Cream ni Blind Faith hacían rock”. Y se burla de los múltiples imitadores de sus largos solos surgidos en el campo del heavy o del metal: “Una broma. Antes que con Cream, yo ya los practicaba en The Graham Bond Organization”. Y ejercía, pese al nombre, como verdadero líder de dicho combo de jazz y R&B: “A Graham no le quedaba otra que aceptarlo. Era un buen músico, pero estaba muy loco y llevaba fatal nuestras finanzas”.

 

Apodado “Ginger” por su llamativa cabellera pelirroja, Peter Baker ha fallecido a los

80 años en Inglaterra, según ha informado su hija Nettie. La familia ya había

reportado el pasado 25 septiembre de que Baker había sido hospitalizado en estado

grave y que “estaba luchando”, pero su hija confirmó hoy en un comunicado que

“ha fallecido en paz”.

 

El Rock pierde a un gigante: Ginger Baker, uno de esos bateristas sobre los que se

asienta todo un estilo. Cofundador de Cream a mediados de los sesenta del

siglo XX, Baker fue dueño de un modo sofisticado y exuberante de tocar la batería,

que se impregnó en plena euforia contracultural, definiendo un molde en el que el

instrumento ganaba protagonismo y no un simple llevar el ritmo.

 

Comenzó a darse a conocer en la agitada escena musical de Londres de los sesenta en la que proliferaban bandas en distintos clubs. En plena efervescencia del Swinging London, tocó en grupos de jazz como Terry Lightfoot y Acker Bilk y para otras formaciones más apegadas al R&B como Alexis Korner’s Blues Incorporated y la Graham Bond Organisation. Ginger se definía como un baterista de jazz, pero se distinguía por un carácter más agresivo de lo habitual en esos círculos. Era como un Max Roach combinado con Chick Webb a ritmo de Rock. Su cabello rojizo parecía en llamas cuando se lanzaba entusiasmado a las baquetas, concentrado con ese espíritu de blues-rock que asaltó a los adolescentes británicos de primeros años de los sesenta.

 

Junto con el bajista Jack Bruce, fallecido hace un par de años, con el que había estado en Graham Bond Organisation, fundó el supergrupo Cream, al que llevó al guitarrista dios Eric Clapton, recién huido de los John Mayall and The Bluesbleakers, donde el jefe del blues inglés le enseñó cómo cambiar al mundo con la música.

Desde sus comienzos, Cream exhibió un musculoso poderío instrumental. Más allá de la guitarra ardiente de Clapton, el poder residía en el modo de tocar la batería de Ginger Baker. Su base jazzística iba como anillo al dedo para los desarrollos de rock psicodélico del grupo, que solían acabar en celebradas improvisaciones sobre el escenario. También para estirar los límites del blues-rock, una cualidad que definió a esta superbanda que acabó pronto por la lucha de egos. Cuatro discos en tres años, pero la impronta intachable de que en Cream todo parecía celestial, como ese sueño hippie que llegaba tan alto como rápido se esfumaba.

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Al igual que Clapton y toda su generación, Baker siempre tuvo problemas con las drogas y el alcohol. Cuenta en su autobiografía, “Hellraiser”, publicada en 2009, que llevó la cuenta de las veces que intentó dejar la heroína: 29. No se sabe si más que el resto de colegas de fiesta o, simplemente, se limitó a contarlas.

 

Superviviente de sus excesos Ginger Baker tocó brevemente con Blind Faith, otro proyecto faraónico de Clapton, con Steve Winwood y Rick Grech. En 1970 fundó Air Force, ahora con diez miembros entre los cuales estaban también Steve Winwood, Rick Grech y en la lira Denny Laine, además de alientos y metales. Allí dio rienda suelta a su interés por el jazz y los ritmos africanos, lo que marcó su estilo desde entonces, llegándose a instalar en los setenta en la capital de Nigeria, Lagos, para trabajar junto al enorme Fela Kuti en dos discos.

 

Durante las últimas décadas, Baker se ganó una destacada reputación el circuito de la world music, sin perder nunca de vista el jazz. De esta forma, en los noventa formó el Ginger Baker Trio para seguir con sus exploraciones en el terreno donde empezó.

 

A pesar de los altibajos, las incursiones fallidas en distintos estilos y sus

problemas con las drogas, su nombre acabó siendo el más importante a los

cueros y las baquetas, al lado -como no- de sus pares también fallecidos, Keith

Moon y Bonzo Bonham.

 

Baker ejerció su poder de blues y su técnica de jazz para abrirse paso en la

música popular y convertirse en uno de los músicos más admirados y temidos del

mundo. Con sus ojos ardientes, cabello rojo anaranjado y temperamento

apasionado, Ginger fue considerado como la encarnación de la furia musical y de

la personalidad incontrolable. Sin embargo, en el interior de ese loco pelirrojo de

los tambores, el baterista más brillante y salvaje del rock de los sesenta, siempre

hubo un jazzman.

 

El más libérrimo de los músicos de la era acuñó la sentencia: “Una banda es tan buena como su batería; si suena bien, el resto, también”. Y luego “Eric Clapton no miente cuando asegura que yo juego en otra liga. Sé tocar el instrumento”.

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