El que debió ser un bonus disc y que acabó cobrándose como nuevecito, reúne según eso la totalidad de las rolas creadas durante el viaje que significó “Egypt Station”. Van desde las grabadas en estudio, donde destaca la versión larga del hit original de “Egypt…”, la sorprendente 'Get Enough', hasta shows en vivo capturados en conciertos de lo que va del año en Abbey Road Studios, en la aún viva y emblemática The Cavern y hasta en Grand Central Station.
LA PERRA HA VUELTO
“¿Cómo fue tu infancia, Elton?”, pregunta Sebastian Rich en la introducción al Soundtrack Original de “Rocketman”, el cacareado biopic de Sir Elton John quien responde, en voz de Taron Egerton, con chicas del coro y todo:
I was justified when I was five
Raisin' Cain, I spit in your eye
Times are changin' now the poor get fat
De hecho, la película arranca con la llegada de su protagonista a una reunión de alcohólicos anónimos que servirá como hilo conductor para repasar diferentes etapas de su vida. Sin embargo, son las canciones las que sirven para hacer avanzar la trama en lugar de servir como un hecho aislado más o menos memorable. El primer súper número musical, “Saturday night is allright for fighting”, resulta ambientado en un pub victoriano, y no en las entonces nacientes discotheques o de plano en las calles, como lo muestra el cover que a la rola le hicieron The Who.
Y es que Rocketman se aleja mucho de los mejores biopics de artistas musicales de la historia del cine: Bird (1988), sobre Charlie Parker; Last Days (2005), sobre Kurt Cobain; I’m Not There (2007), acerca de Bob Dylan; Control (2007), la vida y muerte de Ian Curtis (Joy Division); The Runaways
TENIS, CINE & ROCK AND ROLL
Página del Oscarito, para leer sin prisa.
LOS “FIFIS”: QUIENES SON Y QUE QUIEREN
RT - John M. Ackerman 9 jul 2019 18:55
La palabra 'fifí' no se refiere a la clase media, a los blancos o a los opositores, sino a quienes desprecian al pueblo. No se refiere a una clase social, sino a una perspectiva clasista y a una enorme resistencia al cambio.
Los medios 'fifís' se han dedicado a distorsionar la importante referencia histórica en que se basa el presidente Andrés Manuel López Obrador para utilizar este término.
Los 'fifís', entonces, son quienes desde hoy preparan el camino para un golpe
de Estado; son quienes le apuestan a la violencia, la mentira y el conflicto; son
quienes se asustan frente a los ríos de caras alegres que aplauden y vitorean al
presidente de México.
Los 'fifís' pueden ser ricos o pobres, blancos o morenos, hombres o mujeres. Lo
que los une no es su clase social o su apariencia física, sino su ideología.
Claro, las ideas importan y mucho.
El Diccionario de la Real Academia Española define la ideología como: "Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época".
Durante mucho tiempo, México ha sido dominado por una ideología neoliberal basada en el individualismo, la competencia, el elitismo y el racismo. Este enfoque ha intentado justificar la corrupción, la privatización y la exclusión de más de la mitad de la población de los frutos del desarrollo.
En contraste, López Obrador propone otro modelo de desarrollo basado en los intereses colectivos, la solidaridad, la honestidad, la democracia y la igualdad.
Quienes ven esta nueva ideología como una amenaza a sus intereses y a sus bolsillos, quienes ven el empoderamiento de los pobres como un desafío a sus privilegios en lugar de una oportunidad para crecer juntos: esos son los 'fifís'.
Son los egoístas que no saben compartir, son los racistas que desprecian al pueblo mexicano y los patrioteros que odian a los migrantes. Son, al final de cuentas, fieles seguidores de la ideología de Donald Trump.
Ahora bien, algunos se asustan por la utilización de estos términos. Dicen que divide al país cuando lo que hace falta es unidad.
Añoran, al parecer, los discursos vacíos e hipócritas de los anteriores presidentes, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, quienes se llenaban la boca con discursos de amor y paz pero, en los hechos, se dedicaban a construir un régimen de privilegios.
Hoy, el 10 % más rico de México concentra dos terceras partes de la riqueza mientras más de 50 millones de personas sobreviven debajo de la línea de pobreza.
Pongamos el cascabel al gato. Denunciemos a quienes realmente quieren dividir al país para poder avanzar hacia una verdadera unidad que incluye a absolutamente todos los mexicanos, no solamente a unos cuantos.
La realidad no cabe en la palabra ‘fifí’
New York Times – Alberto Barrera
“Yo no inventé lo de ‘fifí’”, dijo Andrés Manuel López Obrador en una de sus matutinas ruedas de prensa, hace un buen. Se trata del término que utiliza con frecuencia para descalificar a quienes lo adversan o critican. Es apenas una palabra, con ritmo musical, que rápidamente se ha convertido en la expresión de la pugna creciente que parece vivir el país. “Eso no tiene nada que ver con la polarización”, advirtió también el presidente mexicano. Por el contrario, precisamente es en el lenguaje donde se expresa mejor este complejo proceso.
La polarización política solo produce mediocridad. Reduce la realidad a oposiciones vehementes, expulsa la racionalidad de cualquier polémica y refuerza el personalismo carismático del líder. ¿Es posible desactivar esta dinámica? ¿Qué pueden hacer los medios y los ciudadanos en las redes sociales para controlar a un presidente sin controles? Las respuestas a estas preguntas forman parte de uno de los desafíos actuales de la democracia mexicana.
Más que un enfrentamiento, la polarización es un vínculo que afectiviza la política. Las ideas y los puntos de vista pierden importancia a medida que la emoción va escalando niveles. Se ridiculiza cualquier controversia con dos sílabas burlonas; se rechaza cualquier propuesta aun antes de escucharla. Y, mientras tanto, la vida pública corre el riesgo de convertirse en un melodrama: solo interesa lo que sientes, con quién o contra quién estás. La controversia se transforma en un asunto de fidelidades.
Este es un raro hechizo que se amplifica al trasladar el debate público a las redes sociales, produciendo una particular radicalización 2.0 que la mayoría de las veces solo alimenta y potencia lo peor de cada polo. Sin esta dimensión mediática, la polarización es incomprensible. Ahí se desarrolla y se define. Se nutre de la velocidad y de la simpleza que rigen el flujo de las comunicaciones hoy en día.
Desde este contexto, se podría dar también otra lectura de “las mañaneras”. Lo realmente esencial de los encuentros de AMLO con la prensa no es el intercambio de información, sino cómo se van construyendo una nueva imagen y un nuevo sentido del poder en la sociedad mexicana. La verdadera noticia que se reafirma cada mañana es que la vida de la nación gira y depende, desde muy temprano, de un eje personal, de una única voz que —cotidianamente— puede resolver todas las dudas, ordenar las preguntas y establecer cualquier ruta de solución. Lo que en apariencia es un ejercicio de pluralidad democrática es en realidad un espectáculo ególatra, la refundación del caudillismo en los tiempos de Twitter y de Facebook.
Frente a esta nueva ceremonia diaria surge una nueva radicalidad
mediática que solo parece definirse por su capacidad de reacción
instantánea ante el líder. Si AMLO dice pío, las redes sociales arden.
Si no dice nada, las redes sociales arden porque AMLO no dijo ni pío.
La misma mecánica mediática de estos tiempos, tan entregada al
scandalum interruptus, al consumo permanente de estruendos
fugaces, se presta de forma perfecta para confundir un tuit con un
argumento, para creer que el fanatismo desbordado puede ser una
épica ciudadana. Este vínculo es un elemento fundamental de toda la
dinámica polarizadora. Tiene además un componente adictivo que
desecha cualquier complejidad, priorizando la tensión emocional con
el oponente. Crea una ilusión de heroísmo. Es el complemento perfecto para el juego narcisista del poder.
Aunque diga que no quiere polarizar al usar el término, AMLO propone definir cualquier disidencia como fifí. Señala que el vocablo comenzó a usarse a principios del siglo XX “para caracterizar a quienes se opusieron al presidente Madero”. En 1913, Francisco I. Madero y José Pino Suárez, presidente y vicepresidente de México, fueron asesinados en un golpe de Estado. Unos días antes, Gustavo A. Madero, hermano del presidente, corrió con la misma suerte. “Los fifís fueron los que hicieron una celebración en las calles cuando asesinaron atrozmente a Gustavo Madero”, sentencia AMLO. “Cuando los militares lo sacrificaron, que es una de las cosas más horrendas y vergonzosas que han pasado en la historia de nuestro país, salieron los fifís a las calles a celebrarlo y había toda una prensa que apoyaba esas posturas”. En rigor, el presidente apela a la historia para promover una operación retórica que, de manera natural, despoja de legitimidad a cualquiera que intente cuestionar alguna de sus opiniones o decisiones. Ser un fifí implica tener un expediente lleno de sangre, una traición a la patria como pecado original.
Parece un chiste, una graciosa reiteración sonora, pero es un eficaz procedimiento de descalificación y de exclusión. Sin embargo, de nada sirve engancharse contra él de manera puntual y obsesiva. Es lo que él secretamente desea y necesita. Lo refuerza como eje permanente de todo lo que ocurre, mientras sostiene la versión de que —aún desde la jefatura del Estado— sigue siendo una víctima de las mafias del poder.
Hay que evitar la centrífuga egocéntrica de la polarización y recuperar los otros espacios de fuerza y de presión que existen en la sociedad. Es imprescindible pronunciar y defender la complejidad; dar la batalla entre la diversidad y quien pretenda reducir el país a cuatro letras. La realidad de México no cabe en la palabra “fifí”.