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FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN: AGASAJAN A COSTA-GAVRAS Y A UN DONALD SUTHERLAND FURIOSO POR EL TEMA CLIMÁTICO.

Oscar Rodríguez Gómez con info Afp
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Ayudado por un bastón, Donald Sutherland conserva el porte elegante y pálido, algo enigmático, que ha dejado huella en la historia del cine. Después de más de 200 títulos a sus espaldas y con 84 años, este intérprete genial sigue rodando y rodando. “No puedo jubilarme, tengo todavía bocas que alimentar”, se ha disculpado irónico el actor, en un encuentro con la prensa por la concesión del Premio Donostia en la edición 67 del Festival de Cine de San Sebastián.

 

Cine, televisión, teatro, Sutherland ha recorrido todos los formatos y géneros y en todos ellos ha dejado huella. Este hombre que iba para ingeniero y que lo dejó todo en 1962 para ser actor, se ha puesto en la piel de personajes de terror, de seductores malvados, espías nazis o de inquietantes invasores alienígenas. Y también de ciudadanos de a pie. Es el intérprete inolvidable de “La invasión de los devoradores de cuerpos” en su segunda -y mejor- versión, dirigido por Philip Kauffman; de “Casanova”, nada menos que con Federico Fellini; y su debut, con Robert Altman, en la de culto MASH.

 

Su aparición en la saga de “Juegos del hambre” le ha acercado a las

generaciones más jóvenes. En San Sebastián ha presentado su último título

“The burnt orange heresy”, dirigida por Giuseppe Capotondi, en la que da

vida a un pintor alejado voluntariamente del mundo del arte. A pesar de su

versatilidad y su presencia continua en el cine, tanto en el más comercial

como en el independiente, Sutherland no ha recibido ningún premio Oscar.

La Academia de Hollywood decidió reparar esta “injusticia” y le entregó el

premio honorífico hace dos años.

 

“Yo no tengo ningún director favorito. Es como si me dicen que elija entre mis

cinco hijos. Adoro a todos mis hijos y también adoro a todos los directores

con los que he trabajado y las películas que he hecho, aunque eso sí, me e

ncantó trabajar con Fellini”, ha confesado Donald Sutherland en la rueda de prensa, previa a la ceremonia del Premio Donostia en San Sebastián, ciudad en la que no ha estado quieto desde que llegó hace dos días. Tras visitar el Museo Guggenheim, en Bilbao, y el Chillida Leku, en Hernani, el actor ha confesado: “Si alguien me ofrece rodar aquí una película, aquí me tienen”.

 

Su gran preocupación política es el cambio climático. A pesar de que la moderadora de la rueda de prensa había advertido que las preguntas se tenían que ceñir estrictamente a la carrera artística del intérprete, Sutherland ha mostrado su rabia y horror ante las consecuencias del cambio climático. “Tengo hijos y nietos y les vamos a dejar un mundo en el que no van a poder vivir. Han desaparecido 2,5 millones de especies de pájaros y los chinos se han visto obligados a polinizar las plantas con individuos ante la escasez de insectos. ¿Es este el mundo que queremos? Lo que está haciendo las Naciones Unidas con el cambio climático es una mierda”.

 

Más amable, a principio del Festival, fue la presencia del cuasi fundador del “cine politico”. Costa-Gavras tiene 86 años, la mirada sonriente y la misma pasión por contar historias, porque el cine es un arte que "ya ha cambiado el mundo", cuenta el director greco-francés homenajeado en San Sebastián.

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El cineasta conocido mundialmente por sus películas de alto voltaje político recibe a la prensa extranjera vestido impecablemente y con un buen humor radiante y de inmediato dispara: “Rodar películas es como una historia de amor. No puedes vivir dos, tres o cuatro años con una historia sin quererla profundamente". Y es que con el cine “podemos ver cómo viven los demás, podemos ver gente desnuda, cosa que antes era imposible”, añade con ironía, o “ver a homosexuales”.


El cineasta homenajeado con el premio Donostia en reconocimiento a su carrera nació en Arcadia, en el corazón del Peloponeso, en el año 1933 y emigró a París con 22 años sin apenas hablar francés. Desde entonces desarrolló una rica carrera en la que abordó numerosos dramas políticos: la dictadura de los coroneles griegos en “Z”, que le dio el Oscar a la mejor película extranjera y el de la mejor edición en general; la dictadura uruguaya

en “Estado de sitio”, la represión feroz del pinochetismo en “Missing” (que desafortunadamente cacarea en el final); el nazismo en “La caja de música” y su libre adaptación del prohibidisimo “El Vicario” en “Amén”.

 

Una obra que ha evolucionado con “mi percepción de las cosas, con la edad, con mi experiencia”, pero desarrollada siempre “con pasión” por un arte que “ha cambiado el mundo”.

 

 

En esta ocasión viene a San Sebastián con “Adults in the room”, la adaptación del libro homónimo escrito por el efímero ministro griego de finanzas Yanis Varoufakis, donde éste relata sus intentos frustrados por poner fin a las políticas de austeridad en la Grecia de 2015. Cuenta el cineasta que empezó a recoger material sobre la crisis griega en 2010, cuando las primeras medidas de austeridad impuestas por los dueños del país. La trama tardaba en concretarse, pero finalmente encontró lo que buscaba en el libro que Varoufakis estaba preparando, para dar su versión de los tortuosos acontecimientos que en julio de 2015 culminaron con un nuevo acuerdo internacional acompañado de más recortes.

 

Varoufakis “empezó a enviarme un capítulo detrás de otro, y ahí comenzamos

a hablar y a pensar en el guión”, explica Costa-Gavras, quien finalmente se

hizo con los derechos del libro -publicado en 2017- para así no tener

“interferencias”. El resultado es un drama compacto y teñido de un tono

sarcástico, en el que, de despacho en despacho y de capital en capital,

Varoufakis (Christos Loulis) batalla con sus homólogos europeos,

especialmente el poderoso e intratable ministro alemán Wolfgang

Schäuble (Ulrich Tukur).

 

La crisis de la deuda griega fue todo un problema existencial para Europa,

un episodio del que Costa-Gavras tiene su particular lectura. Refiriéndose

a la dureza de Alemania en todo ese proceso, admite que “un Estado no

tiene amigos, tiene intereses”. Sin embargo, ese razonamiento “no encaja en

Europa. Tenemos que cambiar las cosas juntos; si no lo hacemos, no somos

europeos”.

 

En cuanto a la izquierda, su pronóstico no es muy halagüeño, al menos en sus dos países, Francia, y Grecia, donde la izquierda radical de Syriza perdió el poder este año. “La necesidad de la izquierda, la filosofía de la izquierda, está ahí, pero la gente capaz de hacer funcionar eso ya no existe”, sentenció.

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