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COMO LLEGÓ A PRIMER MINISTRO UN CADETE DE ETON.

Con info de Russia Today (Daniel Bernabé).
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En un salón del Palacio de Buckingham un hombre rubio, desgarbado, con el traje como de una talla superior a la que requiere, saluda inclinando la cabeza a una mujer ya anciana que sujeta el bolso con su antebrazo. La alfombra llena de gravedad, los muebles suntuosos y la chimenea al fondo dan a la escena un extraño toque fuera de tiempo, uno al que una parte del Reino Unido parece querer volver sin percatarse de que van setenta años tarde, y que la añoranza por el imperio perdido fue más propia de sus abuelos que de ellos mismos.

 

La anciana es la reina Isabel II. El hombre es Alexander Boris de Pfeffel

Johnson y se acaba de convertir en el nuevo primer ministro del país

británico. Tras la renuncia de Theresa May a finales de mayo pasado,

después de haber sido derrotada en tres ocasiones en las que no pudo

lograr que el Parlamento refrendara el acuerdo del Brexit, Boris Johnson ha

sucedido a May en los cargos de líder del Partido Conservador y dirigente

del Gobierno con la tarea fundamental de encontrar una salida a la crisis que

desde 2016, año en que el también dimitido Cameron convocó el referendo

de salida del Reino Unido de la Unión Europea, mantiene al país en vilo.

 

Muchos han sido los medios que han publicado fotos de Boris Johnson en

actitudes estrafalarias, marca de la casa de este singular personaje, no menos los que se han preguntado cómo es posible que alguien así llegue al 10 de Downing Street, en un país al que siempre se le han supuesto altas cotas de seriedad en sus dirigentes políticos. Y, quizá, la pregunta debería ser justo la contraria, cómo es posible que Boris Johnson no hubiera llegado a primer ministro en un país donde el CLASISMO sigue perviviendo con fuerza pero que además ha sido pasto, como otros muchos de la otra orilla del Canal de la Mancha, del populismo de derechas.

 

THE ETON RIFLES

 

En 1979, el grupo New Wave “The Jam” lanza “The Eton Rifles”, un tema que sitúa el concepto de lucha de clases entre las metáforas de su líder, Paul Weller, y el power pop de una música que hacía crónica de una sociedad británica sumida en el Invierno del Descontento, unos meses de duras protestas sindicales dentro de una ola de paro y carestía que la Crisis del Petróleo había abierto hasta en el entonces estable Estado del Bienestar.

 

Al parecer Weller leyó en 1978 una noticia en el Socialist Worker sobre una marcha de parados del movimiento Right to work que confluyeron con los punks del Rock against racism frente a las puertas del exclusivo colegio de Eton, donde los hijos de la clase alta británica cursan sus estudios de secundaria desde hace varios siglos. La manifestación reclamaba por un lado mejores condiciones de vida y por otro el fin de los partidos ultraderechistas que estaban haciendo su aparición con la crisis.

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El lugar de la protesta no era casual, una parte sustancial de los primeros ministros habían estudiado en Eton. Entre ellos dos de los artífices del Brexit, David Cameron y Boris Johnson, que volvieron a coincidir en Oxford, formando parte además del Bullingdon Club, una especie de hermandad para los alumnos más elitistas de la histórica universidad. En una foto de 1987 se puede ver a los dos mandatarios ataviados con el uniforme del club, conocido por sus orgías y festines donde es tradición destrozar los restaurantes y hoteles que acogían sus correrías, pagando, eso sí, los gastos posteriormente. La enseñanza para estos jóvenes era clara: el dinero te da derecho a todo, incluso a ser un bárbaro.

Aunque ambos líderes se han arrepentido posteriormente de su paso por esa especie de hermandad hay un hecho innegable, Eton y Bullingdon han acogido a dos de los tres últimos primeros ministros del Reino Unido, además de a decenas de otros cargos públicos y personalidades del mundo de la empresa y las finanzas. Como cantaba Paul Weller, “¿qué posibilidades tenían los trabajadores en paro y los punks contra los cadetes de Eton?”

 

Boris Johnson se hizo periodista de la misma manera que se podía haber hecho cualquier cosa que le hubiera dado la gana. Aunque sus primeros pasos en el oficio no empezaron bien –fue despedido del Times por falsear una cita– rápidamente encontró acomodo en el Daily Telegraph como corresponsal en Bruselas, lugar donde residen las instituciones europeas y que ya conocía puesto que pasó varios años de su infancia mientras que su padre fue empleado de la Comisión Europea.

 

Johnson se hizo un hueco en el panorama informativo con su

euroescepticismo rampante, más que una posición ideológica, una forma de

ganar portadas y notoriedad, en un momento, 1989, en que Margaret

Thatcher veía peligrar su popularidad y recurrió al fantasma europeo para

sostenerla.

 

Durante los noventa el actual primer ministro se dedicó a escribir para diferentes

medios en ocupaciones tan dispares como ser crítico automovilístico en GQ o

participar en el programa de la BBC Have I got news for you, un espacio donde

se comenta la actualidad en tono humorístico. Es aquí cuando empieza a pincelar

su personaje de individuo heterodoxo, a la vez que se ve envuelto en algún

escándalo sexual, de hijos ilegítimos e incluso en la conspiración para dar una paliza a un periodista rival. Como columnista protagoniza alguna polémica al referirse a los africanos con apelativos racistas. A pesar de todo ello logra llegar a ser el editor de The Spectator a partir de 1999.

 

Tony Blair, el flamante nuevo ministro laborista llega al poder en 1997. Son los años de la cool britannia y en los que la City financiera vive sus momentos de apogeo. Como Thatcher explicó, cuando fue preguntada por cuál creía que era su mayor logro en política, Blair era su continuador, no su némesis, al haber obligado al adversario político a aceptar todas sus maneras neoliberales de dirigir la sociedad. El sueño del new labour acabó en las mentiras de la Guerra de Irak, pero su legado pervive hasta hoy, precisamente en personajes como Johnson.

 

Y llega el 24 de junio de 2016, donde inesperadamente, gana el Brexit al remain, dando nombre a un proceso aún inconcluso que ha sido el punto de llegada y salida de varias líneas temporales.

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Por un lado el resultado de varias décadas donde el Reino Unido ha ido encanallando su política y su sociedad, donde las diferencias sociales se han hecho endémicas y zonas enteras de las grandes ciudades y comarcas del país se hallan en un abandono flagrante por las medidas neoliberales de diferentes administraciones en las que el Partido Laborista también ha sido cómplice.


El referendo del Brexit fue una de esas decisiones que se toman de una forma precipitada, pensando en la gloria personal y que acaban no sólo con tu carrera política, como le ocurrió a Cameron, sino que dan al traste con toda una línea de acción de décadas donde el Reino Unido no fue nunca el

máximo exponente de la Unión Europea, pero donde sí jugó siempre un papel de contrapeso al eje franco-alemán. ¿De qué valieron esas décadas de esfuerzos europeos?

 

Las razones por las que el 52% de los electores británicos, con una alta participación del 72%, decidieron abandonar la UE son variadas y complejas, pero entre ellas se encuentra la figura de personajes como Boris Johnson, que pese a haber manifestado en alguna columna de prensa que salir de la Unión Europea era una mala decisión, optó por ganar aún más fama personal basando su campaña en datos que había que recoger con pinzas: que uno de los miembros del Partido Conservador que más había hecho por atacar el sistema sanitario público, culpara a la UE de su decadencia, resulta del todo descriptivo:

 

El dibujo de un país que busca desesperadamente refugiarse en sus tradiciones, cercarse a sí mismo en su insularidad, pensando así que quedará a salvo de una amenaza exterior nunca bien definida, sin darse cuenta que a su vez está engendrando una amenaza interna mucho mayor.

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