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CANCIONES QUE DERRIBAN MUROS

El Pais, Américas.
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Es una de esas bonitas paradojas que nos hacen envidiar la robusta cultura política de Estados Unidos. En plena era de Trump, lo más parecido a una discográfica oficial que tiene aquella república, ha publicado un formidable combo de libro con cuatro discos donde dominan las canciones izquierdistas, por decirlo de manera simple. También abundan los temas interpretados en español; un mariachi se apropia incluso de San Antonio Rose, clásico del western swing. Más aún, se incluye a un almuédano con su Adhan, la llamada a la oración hecha desde la mezquita, aparte de un fragmento de un zkir sufí.

 

La discográfica en cuestión es Smithsonian Folkways Recordings, una rama

de la Smithsonian Institution, red de museos y centros de investigación; dos

tercios de su presupuesto son cubiertos por el Gobierno federal. Desde

1988, la Smitsonian ha ido adquiriendo los catálogos de Folkways, Paredon,

Arhoolie y otros sellos minoritarios creados al calor del folk revival o de

obsesiones particulares (tras las sesiones para la banda sonora de

“Apocalypse Now”, Mickey Hart, baterista de Grateful Dead, dedicó energía

y dinero a grabaciones de campo y rescates de músicas olvidadas).

 

Smithsonian Folkways controla unas 60.000 grabaciones, un número que

crece con puntuales producciones propias. El compromiso de la

Smithsonian con aquellos disqueros visionarios no se limitó a la conservación de los másteres: exige también que sean comercializados. Eso significa que Pete Seeger (condenado durante la caza de brujas), Woody Guthrie (trovador de hábitos disolutos) o Lead Belly (homicida) hoy sean técnicamente artistas patrocinados por el Tío Sam.

 

Con su inmenso archivo y su acceso a los fondos fotográficos de la Biblioteca del Congreso, The Social Power of Music parece tanto una exhibición de músculo editorial como un desafío al trumpismo. Aparecen varias canciones dedicadas al drama de la emigración, incluyendo ‘Deportees’, la reflexión de Woody Guthrie sobre el accidente del avión DC-3 que, en 1948, devolvía a 28 braceros mexicanos a su país; la indignación de Guthrie derivaba de que fueron despreciados, tanto en vida como tras su muerte.

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Resulta un acierto de The Social Power of Music que dos de sus discos no contengan canciones de protesta, estrictamente hablando. “Social Songs and Gatherings” indaga en el papel de la música como argamasa de comunidades, desde las canciones infantiles a los cánticos de los indios chipewa, pasando por aires de bodas, funerales, carnavales y —naturalmente— los ritmos de juerga de cualquier noche de sábado capaz de sobrevivir a la apisonadora de la globalización. O de pactar con los sonidos invasores: los Sam Brothers 5 son una banda de zydeco que toca un éxito de Chic ¡con acordeón y tabla de lavar!


Tal vez necesite más explicaciones el disco dedicado al “Sacred sounds”.

Tras algunos excesos puritanos, Estados Unidos se fundó sobre la idea entonces radical de la libertad religiosa (de ahí, anomalías como que el consumo de peyote sea perfectamente legal en los rituales de la Native American Church). Se sabe que las iglesias tuvieron un papel primordial en la lucha contra la esclavitud y, más recientemente, en la implantación de los derechos civiles para la minoría afroamericana: los himnos sobre la redención funcionaban como palancas contra la opresión. Judíos, musulmanes, budistas o navajos contribuyen a enriquecer este apartado.

 

En el primer disco de la antología, Songs of Struggle, hallamos los ecos de épicas batallas sindicales. Joe Hill, agitador de los Industrial Workers of World que fue fusilado en 1915, enfatizó el uso de canciones, las suyas y las de sus correligionarios: “Un panfleto, por muy bueno que sea, nunca se lee más de una vez, mientras que una canción se aprende y se repite una y otra vez, (…) si una persona puede colocar unos cuantos datos de sentido común en una canción, vestidos con una capa de humor para quitar seriedad, puede lograr enseñar a un gran número de obreros indiferentes a panfletos o textos de ciencia económica”.

 

Destacan gigantes como Pete Seeger y Woody Guthrie, cantando en solitario y unidos

brevemente en los Almanac Singers, un producto de las alianzas frentepopulistas. Bob

Dylan está representado por su canción más universal, ‘Blowin’ in the Wind’ aquí

interpretada por los New World Singers de Happy Traum y compañía. Los compiladores

dan espacio a los movimientos de puertorriqueños y chicanos: los trabajadores agrícolas

de César Chávez convirtieron en bandera una canción aparentemente inofensiva como

‘De colores’. Las feministas incorporaron exigencias que hoy mismo tienen plena validez,

como ‘Reclaim the Night’, vibrante interpretación a cappella de Peggy Seeger en 1976.

 

El cuarto CD, “Global Movements”, amplía el foco a grandes conflictos del siglo XX (e

incluso anteriores, con esa evocación de la Comuna de 1871 que es ‘Le temps des

cerises’, aquí recreada por Yves Montand). Comienza recordando la Guerra Civil

Española con ‘Viva la Quince Brigada’, en versión de Pete Seeger, y continúa con una

lectura coral de ‘Bella ciao’: el canto al unísono genera sentimientos de fuerza y unidad.

Se reflejan las batallas contra el colonialismo, el apartheid y las dictaduras implantadas

con la complicidad de Washington.

 

El texto de presentación resalta la influencia continental de la Nueva Canción Chilena. Aunque el pueblo es soberano y puede elegir de forma instintiva: ‘Do You Hear the People Sing?’, del musical “Les misérables”, se ha cantado en innumerables manifestaciones, desde Turquía hasta Corea del Sur. Pero también Trump lo parodió en su campaña presidencial: en las guerras culturales, todo mensaje puede adquirir doble filo.

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