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BANDERA DE MEXICO EN MANO, BILLY IDOL REMUEVE EL ESPÍRITU DE LOS AÑOS OCHENTA EN PALACIO DE LOS DEPORTES.

Oscar Rodríguez Gómez

El carismático guitarrista Steve Stevens hizo lo propio, atrapó los aplausos y alaridos haciendo gala con un solo, desatando más berridos de agrado. El punk de “Your Generation” permitió recordar su grupo original Generation X, para dar salida en falso con la turbulenta gritería rebelde en “Rebel Yell”:

 

In the midnight hour she cried more, more, more

With a rebel yell she cried more, more, more

In the midnight hour babe more, more, more

With a rebel yell more, more, more

La velada del jueves 17 por la noche en el Palacio de los Deportes quedará enmarcada por una profunda conexión entre el artista y su público, con un provocador espectáculo más allá de nostalgias, en donde regaló un paseo de rolas de lo más reciente hasta sus inicios, cautivando por igual a aquellos devotos de antaño así como a las nuevas generaciones. Billy Idol, considerado el eslabón perdido entre el punk, el new wave y el glam rock, integró al repertorio carnoso de fantasía “Flesh for Fantasy” y la inquebrantable “Can’t Break Me Down”, al tiempo de que desplegaba una bandera de nuestro país entre aullidos de aprobación. Si:

Billy Idol agitando la bandera mexicana y gritando vivas mientras en Culiacán

se desataba la primera de muchas batallas militarizadas (con muertos, si) que

la 4T, sin lógica y mucha fe, con profundo desprecio al pensamiento científico,

ha reiniciado en nuestro país.

 

El show extendió una producción sutil centrada en los músicos, teniendo al

fondo una pantalla monumental que dibujaba una cortinilla roja, además de

un par de plasmas laterales que enfocaban close ups del locuaz Billy y

compañía.

 

De madre irlandesa, su nombre real es William Broad y nació en Stanmore, el

30 de noviembre de 1955. Sin embargo, Billy creció en Bromley, barrio

burguesón al sureste de Londres y saltó a la fama como solista con su disco

debut en 1982, aunque gozó de aceptación previamente con su grupo de punk

Generation X hacia 1977. Según afirma, su nombre artístico a fin de cuentas es

el apodo que tomó fonéticamente de un profesor quien lo ponía en evidencia en

clase con la crítica: “Billy is idle”, o sea, “Memito es flojo”. Tan dado el inglés a distorsionar su lengua y adaptarla a las modas, el “Idle” devino en “Idol” tan fácil como “la plebada” acepta los sujetos de admiración que les embadurna la mediática.

 

El viaje que tenía preparado Billy junto a su magistral banda tuvo como rotundo arranque “Cradle of Love”, cuna de amor soltando los alaridos de sus fieles que rápidamente enloquecieron al sonar los acordes de su clásico “Dancing With Myself”, bailando con el ídolo mismo y retumbando el coreo generalizado del foro de 16 mil gargantas con el

 

Oh, oh, oh, oh oh

Oh, oh, oh dancin’ with myself.

Oh, oh, dancin’ with myself, oh, oh…

 

Con orgullo, Billy recordó los fantasmas de su eléctrica en “Ghosts in My Guitar”, dedicada al fallecimiento de su señor padre para su álbum “Kings & Queens of the Underground” del 2014, mientras daba pie a la cachondisima “Eyes Without a Face”, sin que en ningún momento bajara su buena vibra y demostraciones de cariño a México, cuyo “Palacio de los Rebeldes” se convirtió en un singular rostro todo miradas y oídos explotando ante su ídolo Billy y su banda.

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La espera valió la pena de principio a fin: Billy Idol en el ápice del show y ante 16 mil espectadores exclamó en español: “¡Muchas gracias México! Gracias por hacer mi vida tan OBVIAMENTE genial”. Por primera vez en 42 años de vida artística, el emblema de la rebeldía domesticada a través de ropa de piel, estoperoles, hartas chavas y mucho chupe se presentaba ante su público hispanohablante más numeroso del mundo. No en el Palacio de los Deportes -sede del concierto-, sino en las miríadas de fans que lo han seguido via MTV y la historia de casi cuarenta años de cd’s y omnipresencia en los antros disco devenidos de nuevo en rockeros gracias a sus hits.

 

El espíritu de los ochenta, tan contestatario a la disolución del sueño de la Paz y las flores, perdurará como uno de los tiempos memorables en la historia de la música por la eternidad. Si bien los trovadores y bandas que le dieron ritmo a ese espíritu alcanzan hoy merecidisimos mausoleos -aunque una mayoría aún batallan en la industria del Rock-, Billy Idol es quizá la imagen representativa de la para los años ochenta ya larga historia de la contracultura.

 

El británico, quien a sus 63 años exhibió el trabajo físico que realiza con su cuerpo, desbordó una energía como en sus juveniles orígenes al despojarse de su playera mostrando que mantiene firme su musculatura y sigue provocando ansia y suspiros entre sus admiradoras. Y para alborotar a la raza, Billy repitió en diversos momentos “¡Viva México!” durante su primera presentación Tenochca y habló en el micrófono para explicar la canción que interpretaría (para que no hubiera ofensa) y lanzar el “Let´s fucking dance”, que enardeció a sus miles de fanáticos en el Domo de Cobre de CDMX.

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Con esta rola, Billy adelantó: “Este es mi mejor momento de la noche”. Al iniciar los primeros acordes, miles de personas no tuvieron opción y se levantaron de sus asientos. Las manos en alto se sumaron al gran coro que el ídolo provocó con ese reconocido tema que escribió junto con Stevens. Tras la despedida en falso, pero sin mayor pausa, retornó con la mencionada frase: “¡Muchas gracias México! Gracias por hacer mi vida tan obviamente genial”. Y vino el encore.

 

Los acordes de la clásica “White Wedding” se unieron en boda blanca al solo de batería, firmando lo que sería el ocaso de la presentación para obsequiar el mágico cover “Mony Mony”, retro sesentero en honor al hanky panky de Tommy James & The Shondells, los del puro trébol carmesí, pero in crescendo al antojo de Billy y Steven.

El rockstar se acercaba al filo del entablado para agradecer y presentar a cada uno de sus músicos, pero sin soltar la insignia mexicana y mirando la feroz entrega de su gente, para retirarse triunfalmente extasiado hacia las 22:50 horas.

Billy Idol saldó su deuda más de cuatro décadas con México y fue mucho más allá: confirmó que sigue en el pedestal de sus fans de todas edades y como un rockero referente de todos los tiempos.

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