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NADA HAY COMO UN CONCIERTO DEL DEAD & COMPANY.

Oscar Rodríguez Gómez
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El Rock, como espectáculo, se ha domesticado. Y a la larga, convertido en lujo. Ya lo podemos escuchar, tranquilamente, desde nuestro asiento donde fuere por streaming o en alguna de las redes sociales. Ya no nos enlodamos ni nos ensuciamos, como en Woodstock, para tenerlo cerca, incluso en el Glastonbury de 2019 no llovió, y en éste, uno de los festivales más importantes del mundo, la onda era ensuciarte de lodo, de ahí que una de las postales más emblemáticas de Woodstock, por ejemplo, mostrara a la gente empapada y sucia. Ahora hasta el clima cambió para el Rock.

 

Lo cierto es que antes de Woodstock el Rock no existía, ni las congregaciones

musicales masivas, es decir, la contracultura que baila y escucha estuvo confinada

a los antros hippies y las incipientes “tocadas”. Aunque ha habido émulos en todo

el mundo, incluyendo a México, sólo ha habido un irrepetible Woodstock. Por la

comunión de ideas, por la innovación musical, por los cantos de libertad, por la

experiencia psicodélica. Todo ahora ya es diferente. Ahora está todo controlado.

Puedes ver a un grupo contestatario como Pearl Jam y comprarte un souvenir a la

salida.

 

A mediados de la segunda década del XXI las cosas empeoraron, para beneficio

del capital. Ahora ya uno va a un concierto de rock, toma asiento, (o de pie y

saltando), aplaude, bebe su trago, va al estacionamiento y regresa en auto a su casa sin problema alguno. Una pulcritud que le permitió al Rock show entrar a la industria turística.

 

El mejor ejemplo es Cancún, con todo y su plaga de sargazos. Desde 2018, incluyendo este primer año de tercera década, la banda de la eternidad, Dead & Company (reencarnación del primordial Grateful Dead 1965-1995) se ha presentado en el ultralux Moon Palace y su privadisima playa con conciertos de tres dias virtualmente ininterrumpidos. Que delicia…si puedes pagarlo.

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La única forma de acceder al concierto del Dead “Playing in the Sand” es por medio de paquetes turísticos. No se venden boletos en absoluto. Cada asistente al show disfruta de lo que se ofrece, pero los precios varían de acuerdo con la cantidad de paquetes adquiridos. Una sola persona, al comprar su paquete, debe suponer que el traslado a Cancún y vuelta, además de alimentación y mucha bebida, no se incluyen en lo que se paga. Lo que se compra, en el package más barato, son cuatro noches de habitación (este 2020 fue del 16 al 20 de enero), admisión a la playa (con suerte te toca tribuna numerada) a los tres conciertos, souvenirs a precio especial y traslado aeropuerto-Moon Palace y vuelta. Todo por  4,000 dólares. Tanto como 80,000 pesos mexicanos

ALMAS PERDIDAS, BIENVENIDAS A SAN FRANCISCO.

 

 

Salvo las sedes, que hace 50 años eran las calles de Haight Ashbury y el Golden Gate Park, el zeitgeist hippie prevalece ahora en el monumental estadio de los basquetboleros Warriors, el recientemente inaugurado Chase Center, a un par de millas del Puerto de San Francisco. Es la fecha más importante para los Dead Heads, que vienen de todo el planeta, demostrando que es la banda clásica con la mayor base social de todos los tiempos. Año Nuevo con el Dead abarcó veinte años en el emblemático West Winterland de Bill Graham, ambos sin más presencia que en la historia. El salto de Jerry Garcia a otra dimensión -sus cenizas se quedaron con el Pathfinder en Marte en 1996- trajo como perritos sin dueño al resto de la banda. Hicieron un par de CD’s como “Other ones” y a principio de la década

2010, con retiro del baterista Bill Kreutzmann y del bajo Phil Lesh, se quedaron

solitos el percusionista Mickey Hart y el cofundador de la cultura Dead,  Bob Weir,

único amo del tiempo y el espacio que está vivo y bien.

 

Guitarra rítmica, a veces requintista y compositor de lo más tradicional del Dead,

Bob Weir fundó con Garcia el Grateful Dead -y de volada a grabar y las tocadas

públicas- cuando tenia 16 años. Fue el guapo y mujeriego del grupo, lo que tras de

consolidar pareja acabó sublimando en meditación trascendental y en reunir

nueva banda, ya que a don Bob (aunque barba y greña lo enrrucan) le queda

bastante vida en la tierra. El bodhisattva Jerry alcanzó lo imposible de emular con

su guitarra Alembic personalizada, así que había que hallar un ungido -joven necesariamente- para conducir con Bobby y Mickey al Dead del siglo XXI.

 

John Mayer, de 42 años, acumula siete discos de estudio, más de mil shows en vivo (aunque más de 800 los ha realizado solo en Estados Unidos) y siete premios Grammy, por mencionar parte de su trayectoria. John ha declarado que sus influencias principales son Eric Clapton (quien definió a Mayer como “maestro”), Stevie Ray Vaughan, Jimi Hendrix y B.B. King, dándose el gusto de tocar con los vivos en vivo.

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Pese a su histórica relación con Fender -la lira de sus teachers- Mayer actualmente ocupa modelos stratocaster de la marca PRS (Paul Reed Smith), que llevan por nombre Silver Sky -en cuatro colores distintos-. El cuerpo es de aliso, mientras el diapasón está fabricado con palo de rosa. Además, los cuatro acabados están equipados con cápsulas 635JM, que otorgan un sonido más cercano a la música de los ’60 y que fueron creadas especialmente para este modelo.


En punto de las ocho de la noche del 31 de diciembre de 2019, sin decir agua va, se encienden luces magenta, compases atolondrados y la mágica voz juvenil de Weir

con “I'm gonna wait 'till the midnight hour

That's when my love come tumbling down

I'm gonna wait 'till the midnight hour

When there' no one else around

I'm gonna take you, girl, and hold you

And do all things I told you, in the midnight hour”.

 

Luego, para abrir boca, el tropical “Iko, Iko”, y ya tres mil Dead Heads bailaban sobre la

pista en que se convirtió la duela-parket de la casa de los Warriors. En las tribunas, no

menos de 37,000 almas locas hacían del espacio de su butaca su micro pista. El

ambiente estaba listo y “Tennessee Jed” concentraba vibras y energía neuronal en el

mood tan propio y único del Dead. Esto era un concierto para un modo de vida que

jamás se entenderá en la dictadura temporo-espacial de la globalización.

 

El show consiste en dos sets, el primero en dos partes, la primera de dos horas y

segunda de una. Tras un intermedio que el cronista aprovechó para hacer etnografía y

convivir con sus iguales, casi inexistentes en México, el segundo set se fue de corrido

hasta el final durante otras dos horas. Casi seis horas de fiesta, que ya ningún grupo desempeña, donde además, por la fecha, tuvo toda una temática: “Los rugientes años veinte”.

 

Tras del ritual del conteo regresivo para el Happy New Year!!! aviones de utileria cruzaron el techo del estadio, en medio de luces destellantes, mientras al escenario saltaba un pelotón de chicas vestidas de starlets de los veintes del siglo veinte a bailar charlestón, ritmo en el que poco a poco fue deslizándole la virtud exclusiva de improvisación del Dead -tipo Jazz, para que se entienda- que remataría en más de 15 minutos de “Sugaree” la rola de buenos consejos para las chavitas liberadas, libertinas y de las otras. Una güerita veinteañera con esa belleza que sólo la contracultura proyecta, bailaba a mi lado, en el pasillo, durante casi todo el concierto.

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Para el cierre, también otra tradición: “Sugar Magnolia blossom's blooming

Head's all empty and I don't care

Saw my baby down by the river

Knew she'd have to come up soon for air…”

 

Y para el encore, rodeado de gente como uno, la que no dejan que haya en tu país, la que tiene 55 años agradeciendo a la tierra su sustento y al cielo su serenidad, calma y atención, entonamos algo más intenso que la peligrosa esperanza, el “Touch of grey”, por aquello del

“I know the rent is in arrears, the dog has not been fed in years

It's even worse than it appears, but it's alright

Cow is giving kerosene, kid can't read at seventeen

The words he knows are all obscene, but it's alright

I will get by

I will get by

We will get by

We will get by…”

 

El concierto me costó 150 dólares. Tres mil pesos a los que sumaría 14 tantos por

vuelo, hospedaje, refine y bebida. 17 mil pesos por ir al gabacho, ante los 80,000

por ver lo mismo pero a mayor aumento en mi país.

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