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LANA DEL REY, UNA DIOSA EN LA CUERDA FLOJA POR SU AMOR A CALIFORNIA.

Oscar Rodríguez Gómez
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Funambulismo es el arte de caminar a lo largo de un delgado alambre, cuerda o similar mínima superficie de apoyo, para transitar por el pasado sin hacerse daño, hasta llegar al presente con suficiente fuerza y lucidez para propulsarse hacia el futuro. Esto es exactamente el soberbio nuevo álbum “Norman Fucking Rockwell”, y Lana Del Rey lo sabe.

 

Siempre se ha hablado de lo californiano del sonido y estilo de Lana Del Rey, pero la realidad de su historia de vida es que la diva pasó toda su infancia en la fría localidad de Lake Placid, a casi 500 kilómetros de Manhattan. Y aunque en “Blue jeans” canta que creció escuchando hip-hop, confiesa que en aquella época apenas tenía acceso a la música, algo que de algún modo la ha moldeado como artista.

 

 “Desde muy pequeña cantaba en la iglesia y escuchaba cualquier cosa que pusieran en el radio. Hasta que no entré en la universidad no empecé a escuchar buena música. Cuando la descubrí, me emocioné mucho”. Más allá de la música, y en un plano más espiritual, también se encontró con los mismos temas a los que da vueltas en sus canciones. “No crecí en un sitio en el que la gente hablase de temas como la vida y la muerte, así que sentí que tenía que entenderlos por mi cuenta”.

 

Ahora Lana vive en Malibú, cerca de Hollywood, un tema constante en sus letras y su

imaginario visual (en el videoclip de Lust for life, de hace dos años, aparece sentada 

sobre la H del famoso letrero). “Cada país tiene una ciudad que le representa, sobre todo

para la gente que no vive ahí. Cuando te hablan de Francia, piensas en París. En Estados

Unidos piensas en Nueva York o Hollywood y, por extensión, California”, adelanta sobre

su fascinación con esta clásica iconografía. “Cuando era joven tenía la sensación de que

California ejemplificaba el sueño de poder hacer lo que quisieses. Siempre me han

gustado las viejas películas de Hollywood y, de hecho, la ciudad en sí es preciosa. Tiene

una imaginería muy potente a la que acudir, como sus carteles, los edificios, el cine, el

clima, los músicos… es un sitio muy excitante e inspirador”.

 

El pasado 30 de agosto de 2019, obviamente en Hollywood, Lana del Rey daba la

bienvenida a su sexto álbum de estudio titulado “Norman Fuckin Rockwell”,

despidiéndose así del verano y de los dos años de abstinencia musical que separan a

este de su predecesor “Lust For Life”, un disco donde se atrevía a conjugar su

personalidad con diferentes artistas, único de su discografía que incluye colaboraciones.

En fuckin’ Norman, Elizabeth Woolridge ( a que no sabían su nombre) vuelve a

presentarse sola ante el peligro. Apenas una firma de Jack Antonoff, compositor y

productor siempre a su lado.

 

Antonoff no es nuevo ni para Lana, con la que ya ha trabajado en canciones anteriores

a este último disco, ni para la industria, pues podemos relacionarle también con otras estrellas del panorama como Lorde, St. Vicent y Taylor Swift, claro que sí, Jack también está presente en “Lover”. Pero, si bien la mano de este productor y compositor estadounidense se deja notar, “Rockwell” tiene una única protagonista: Lana Del Rey. ¿Por qué? Porque con este álbum la cantante se consagra como dueña de un estilo inconfundible del que además es pionera, siendo este proyecto la firma de su puño y letra que la acredita como creadora de una nueva forma de entender, sentir y hacer música. Nada más.

 

A pesar de contar con presencia y autoría propias, es igualmente cierto que la estadounidense recoge el testigo de la obra de grandes de la canción como Lou Reed, Bob Dylan o Kurt Cobain, así como figuras literarias imprescindibles como Allen Ginsberg, Vladimir Nabokov, Sylvia Plath o Scott Fitzgerald. Y es que no se puede ser artista sin ser antes un@ apasionad@ del arte. O como hace dos años decía de su Lust for life: “Tendrías que ser muy joven para hacer un disco y no incorporar temas políticos"

 

Aparentemente, en “Norman Fuckin Rockwell” nos encontramos con la Lana sexy y melancólica de siempre; sin embargo, al escuchar el álbum detenidamente notamos una nueva madurez estética y de contenido, como si la artista hubiese dejado de jugar (que no de seducir) con una actitud que ahora se convierte en su personalidad al mismo tiempo que decide salir de su estimulante mundo interior para enfrentarse al complejo mundo real, con armas y ganas suficientes.

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Y es que Lust for life fue su disco con más conciencia social hasta aquel momento. “Hasta ahora, la mayoría de mis canciones eran historias personales. Ahora tengo varios temas que exploran el sentir de lo que está ocurriendo en el mundo y, especialmente, en Estados Unidos”, comentaba. “Hay en el álbum sentimientos de preocupación sobre lo que va a pasar con esta presidencia y la agitación que hemos vivido en sus primeros meses. Si estás haciendo un disco en estos tiempos, es muy difícil no incorporar algunos de estos temas políticos en tus letras. Tendrías que ser muy joven para no hacerlo”.


A ritmo con la voluntad de cambio, Lana ve sus primeros trabajos, desde la cantaleta “Born to die” hasta la neosicodelica “High on the

Beach”, como ejercicios de catarsis que giran en torno a su persona y se centran en sus relaciones de una manera algo negativa. Ahora, sin embargo, cree haber hecho “un buen disco para los fans más jóvenes, porque se ve que detrás de la música hay una persona con buenas intenciones y porque es un trabajo muy sincero”. En ese sentido, espera poder influenciar para bien a la gente. Y eso hace dos años.

 

NOIR CREPUSCULAR

 

Durante los 68 minutos que dura el llevado y traído Fuckin Norman, la sensación que transmiten Lana Del Rey y Jack Antonoff es que saben que tienen algo grandioso entre manos. La seguridad que transmite un tema como “Venice Bitch”, con un desarrollo cadencioso prolongado nueve minutos; o el post retro “Doin’ time”, con pasajes del Summertime de Gershwin, se suman a “Mariners Apartment Complex”, lleno de matices casi invisibles; o las apabullantes “California” o “The Greatest” e incluso con la incómoda y adictiva “Happiness Is a Butterfly”.

 

El trabajo de Antonoff para traer el TWILIGHT NOIR de Lana del Rey a algo comprensible en la actualidad, evitando ser demasiado moderno como para poder ser olvidado antes de que acabe el año, es impecable. Es en ese Los Ángeles de perdedores y sueños que jamás se cumplirán, donde las chicas siempre se olvidan de desmaquillarse antes de meterse en la cama y los chicos siguen mintiendo sobre dónde trabajan y con quién se acuestan, se desarrolla esta obra de arte.

 

 Desde el arranque con la canción titular hasta el cierre con esa barbaridad que es

“Hope Is a Dangerous Thing for a Woman Like Me-But I Have It”, mamita Del Rey

camina botella de ginebra en mano sobre las teclas del piano. “Es Michelle Pfeiffer en

“Los fabulosos Baker Boys”, Carole King con tacones altos, la última persona a la que

anoche llamó Warren Zevon, Norma Desmond (Gloria Swanson) cruzando Sunset

Boulevard a bordo de un Tesla…”, dice la crítica especializada.

 

Quienes ya se hayan hecho con la discografía completa (al menos de estudio) de

Lana Del Rey no solo tienen en su poder el legado musical de esta artista, sino que

además poseen una pequeña y muy especial recopilación de la historia de América.

De su debut en 2010 a esta última propuesta de “Fuckin”, si algo tienen en común

todos sus álbumes es que la estadounidense adquiere en ellos un papel que combina

el voyeurismo del trotacalles, la astucia del peleador callejero y la precisión del

sociólogo.

 

Sus letras, videoclips y combinaciones sonoras recurren al imaginario gringo y

utilizan los iconos tradicionales de esta cultura. Del Rey recurre a una semiótica nada

encubierta en la que la Estatua de La Libertad, Nueva York, un estándar de jazz, la

bandera Old Glory o la ya deformada idea del Sueño Americano le sirven para contar

su propia historia. Nuestra sociedad nos define, clama la chulada de mujer.

 

El hecho de que "Summer time... and the Living is easy" ya lo cantase Ella Fitzgerald antes que la autora de Doin’ Time es uno de los muchos ejemplos que explican el recurso de la cantante. Por ahí un crítico dijo: "Al mismo tiempo que Lana revive los mitos americanos, los expone", una definición perfecta de la intención de este álbum en el que su autora se ve a sí misma como narradora omnipresente, víctima y Dios juzgador. Y sobre ese escenario que construye basándose en su propia tierra natal, la artista aborda temas tan diversos como la masculinidad frágil, episodios icónicos de la historia de la música o reflexiones sobre sí misma, como le fascina.

 

La actualidad musical no está falta de talento ni propuestas, pero sí sobrada de esa recurrente simpleza a la que nos confundimos llamando "POP". Y es que gracias a artistas como Lana nos damos cuenta de que este subgénero es muchas veces utilizado como excusa para esconder la falta de originalidad o talento. Porque lo que la estadounidense hace está perfectamente englobado dentro de este estilo musical, solo que macerado de dedicación, estudio y genialidad. Y una clara muestra de ello son sus letras, que aspiran a la grandilocuencia de Dylan o Leonard Cohen y hacen de ella una de las letristas más destacadas del momento, categoría en la que no tiene mucha competencia. La inutilidad millennial, esclava de la tecnología y la inmediatez social.

 

Porque la música de la cantante no solo funciona gracias al tema que elige para sus historias o el estilo con la que las canta, sino que gran parte de ese triunfo es gracias a la forma misma de NARRAR, que recuerda a una especie de estética BEAT adaptada a los nuevos tiempos. Los tiempos que YA cambiaron. En “Norman Fuckin Rockwell” hay amor tóxico, pasión enfermiza, autoconocimiento destructivo, sexo masoquista y admiración celosa. Hay, al fin y al cabo, mucha Lana del Rey.

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