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EL JOKER, COSTA-GAVRAS Y LOS CAMBIOS EN LATINOAMERICA: UNA CUESTIÓN DE OBJETIVOS.

-RT. Escrito por Daniel Bernabé.
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No hace falta ser muy inteligente, tan sólo estar un poco atento, para ver que esto ya no se aguanta. Esto es el capitalismo en su etapa neoliberal, esa restauración conservadora que comenzó hace cuarenta años y que ha desequilibrado hasta unos niveles insostenibles desde las desigualdades económicas hasta la democracia liberal. Como sacerdotes fanáticos, sus valedores, políticos afines, burócratas de las instituciones supranacionales y el gran entramado financiero, piden más sacrificios que alimenten su caldera sin reparar en que además de la velocidad hay que tener una dirección. Que algo se acabe no significa que lo que venga sea mucho mejor.

 

La sangre y el dinero tienen el mismo olor metálico. Más que acertado,

esperanzador, el cartel que una manifestante portaba en las protestas

chilenas: "Aquí nació el neoliberalismo, aquí morirá". El golpe de Estado

del 73 no fue sólo el ataque a las políticas socialistas de Salvador

Allende, fue la puesta en marcha de un experimento que se extendería

al resto del mundo en diez años, ese que venía de la Escuela de Chicago

y que bajo el pretexto de la liberalización económica lo único que

ocultaba era el deseo de borrar el siglo XX, el de las revoluciones, para

retrotraer todo a una relación de clases victoriana.

 

Tras unos años en los que parecía que América Latina volvía a ponerse la

soga al cuello, este otoño el rumbo parece que ha vuelto a cambiar a

babor. México cuenta por primera vez en décadas con un presidente progresista, López Obrador. El Gobierno bolivariano no cayó pese al nuevo intento de golpe de Estado en enero. Evo Morales ha vuelto a ser reelegido en Bolivia a pesar de las acusaciones de fraude de la oposición derechista. En Uruguay la izquierda ha ganado la primera vuelta de las presidenciales. El FMI ha sido derrotado en Ecuador tras unas intensas protestas populares. Alberto Fernández ha ganado las elecciones en Argentina tras cuatro años de Gobierno neoliberal de Macri. Piñera, en Chile, se enfrenta a unas impresionantes protestas que se iniciaron por la subida del transporte y van camino de convertirse en un movimiento constituyente.

 

La región vuelve a ser posibilidad y faro para todos aquellos que han quedado varados en la playa de los olvidados, esa en la que se juntan los náufragos de las políticas regresivas que se extendieron como una mancha de aceite a partir de Thatcher y Reagan. El esfuerzo mediático por oscurecer lo que está sucediendo en todo un continente es notable, el objetivo es que los sentimientos de abatimiento, abnegación y desamparo sigan mandando en las poblaciones europeas y norteamericanas. Aun a costa de que esa falta de horizontes se transforme en violencia y nihilismo. Si no puedes convencer de tus virtudes arrastra en tu caída a quien tengas al lado.

 

Una película causa sensación en los espectadores, “Joker”, consiguiendo una recaudación asombrosa en su estreno y en su primer mes de proyección. Eso nos dice algo, algo más allá del poderoso influjo de la publicidad, y es que la historia que cuenta ha conseguido enganchar con algún tipo de pulsión existente en la sociedad. Pero también nos dice que algo profundamente enfermizo se está extendiendo en este largo final, en este mundo sin asideros: huérfanos de modernidad, entendemos el descontento como una revuelta sin objetivo inspirada por un perturbado.


"Entendemos" como plural que viene a resumir que una gran cantidad de personas acaban asumiendo la visión de las élites norteamericanas

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sobre cualquier movimiento social de protesta. El cine no conspira, pero media, transmite las pesadillas que tienen los habitantes de los Hamptons en sus mansiones y que por su capacidad de influencia acaban siendo las de todos. Ya lo vimos en la última entrega del Batman de Nolan, con un Bane jugando a Occupy Wall Street.

 

Ahora, de una forma más confusa, juntando recortes sociales en lo que parece el Gotham-Nueva York de 1975, vemos a una multitud con máscaras de payaso que quiere matar a los ricos, a un enfermo mental al que los que comparten barro con él, detestan, para luego idolatrar. Dos mensajes repiquetean insistentes: el descontento sólo lleva al caos y la destrucción; la oposición a lo existente sólo se puede ejercer desde la locura. Quizá la película pretende describir, quizá adoctrinar. Muchos aplauden, no se sabe bien el qué.

 

Puede haber tentaciones de decir que “Joker” describe lo que sucede en Chile o ha sucedido en Ecuador, en esa lectura superficial, espectacular y sesgada de una realidad que sólo entiende de audiencia y clickbait (término que apunta a explotar la “brecha de curiosidad” proporcionando la información suficiente para provocar interés al lector, pero no para satisfacer su curiosidad sin hacer clic en el contenido enlazado). A fin de cuentas, la “Jokermania” sencillamente connota lo que los señores que se inventaron la Escuela de las Américas piensan que sucede en Latinoamérica, lo que piensan que son sus gobernados, su pueblo: una masa atolondrada y vengativa de individuos que, incapaces de gestionar el fracaso de sus vidas, buscan en el fuego y los disturbios la manera de resarcirse. Y es normal. Lo extraño, lo peligroso, es si los que están abajo comienzan a asumir esa escenografía reaccionaria como propia. Siempre así comenzaron los fascismos.

 

Otra película se estrena en las mismas fechas, “Adults in the room”,  del

director griego Costa-Gavras, adaptación de las memorias de Yanis

Varoufakis en su exiguo mandato como ministro de Finanzas de Grecia.

La producción ha hecho mucho menos ruido, ha contado con mucha

menos publicidad y soporte mediático, pero vale como descripción y

aprendizaje infinitamente más que la protagonizada por Joaquin Phoenix.

De hecho, aunque su trama gire en torno a señores con traje hablando de

dinero, es MAS SUBVERSIVA, incluso hasta cierto punto violenta. Los

monstruos reales siempre dan mucho más miedo que los de ficción.

 

“Adults in the room” nos cuenta, bajo el punto de vista de Varoufakis, las

negociaciones que tuvo que encarar con el Eurogrupo y la Troika para

negarse a aceptar un nuevo programa austericida para Grecia. Es impresionante que una historia que se desarrolla en despachos, habitaciones de hotel y salas de negociación, esos lugares asépticos pero profundamente ideologizados, sea capaz de enganchar al espectador de la forma en que lo hace. Entre otras cosas porque de lo que nos está hablando, exponiendo sin tapujos, es la manera pornográfica en que funcionan las instituciones supranacionales al servicio del entramado financiero mundial.

 

Las medias verdades y las mentiras, las posiciones en público y en privado, el lenguaje burocrático como sentencia de muerte a un país, Grecia, cuyo delito fue asumir el sistema de endeudamiento que los bancos alemanes y franceses le propusieron y que el Gobierno de derechas aceptó sin reparos. Cuando Syriza llegó al poder en 2015 se encontró un país destrozado. El plan que ofreció a las instituciones europeas y el FMI fue pagar la deuda en relación al crecimiento económico griego, cumplir sus obligaciones —a pesar de haberlas contraído sólo por la connivencia de unos pocos— sin sacrificar los derechos sociales de sus ciudadanos. La película nos explica cómo fueron derrotados.

 

Pero también se muestra cómo la democracia es un bien no ya escaso si no sumamente adulterado. Cómo el procedimiento electoral sólo vale si el resultado es del agrado de los consejos de administración. Hiela la sangre ver al antagonista Schäuble, ministro de Finanzas alemán, reconocer en privado que él como patriota no aceptaría el programa austericida para su país; duele escuchar en boca de altos representantes cómo ponen en cuestión que el pueblo tenga capacidad para entender lo que a su juicio son tan altas cuestiones. Varoufakis sentencia: una banda de mediocres que asienten sin pensar en ninguna consecuencia más que en su carrera y la palmada de sus amos.

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Vemos a ministros y a burócratas, vemos a presidentes y ocasionalmente a algún directivo de la City londinense, pero nunca a los verdaderos dueños del dinero. Esos que Éric Vuillard describe tan bien en su libro “El orden del día”, esos grandes industriales alemanes que financiaron al Partido Nazi y que luego se hicieron de oro con el trabajo esclavo de los prisioneros de los campos de concentración. Es verdad que la Europa de posguerra se fundó sobre el antifascismo, como no lo es menos que también lo hizo sobre el olvido hacia muchas de estas adineradas familias. No son monstruos antediluvianos, dice Vuillard, esos nombres siguen existiendo.

Costa-Gavras nos muestra los deseos de esos monstruos en su última película, de la misma forma que nos enseñó en los setenta los crímenes de las dictaduras militares latinoamericanas en películas como “Estado de sitio” o “Desaparecido”. Es extraño que un director de 86 años sea profundamente más subversivo y acertado que la mayoría de jóvenes realizadores con espíritu pretendidamente independiente (aquí les hablan, inútiles millennials: TCR).

 

En Latinoamérica muchas personas parecen haberse dado cuenta de qué significa la palabra neoliberalismo (40 años después). En Europa y Estados Unidos también, pero sus poblaciones están más cerca del nihilismo que de la esperanza, del precipicio que de la reconstrucción, de COMPORTARSE COMO PAYASOS ANTES QUE COMO ADULTOS.

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